lunes, 1 de junio de 2015

Ciclo Segunda Guerra Mundial : Documento Nº 4 : “EL DÍA D DESEMBARCO EN NORMANDÍA”



Era el día 6 de junio de  1944, el Día D, el del desembarco de los aliados en Normandía, el que el mariscal de campo alemán  Erwin Rommel llamó EL DÍA MÁS LARGO DE LA HISTORIA .

NUNCA ANTES
Se había desplazado por los mares una fuerza naval tan poderosa: 5.333 unidades, entre buques de guerra y navíos de desembarco
NUNCA ANTES
Tantos aviones habían dejado caer su carga mortal sobre las posiciones alemanas en las costas francesas de Normandía, región situada frente al Canal de la Mancha, que separa a Inglaterra de Francia: 10 mil aparatos
NUNCA  ANTES
Tantos soldados se habían reunido para participar en una operación militar: 200 mil hombres entre ingleses, norteamericanos, canadienses, neozelandeses, franceses y otros.
NUNCA ANTES
Habían sido   tan formidables los obstáculos  por superar: 5 millones de minas, vastas regiones convertidas en pantanos artificiales , poderosos cañones emplazados en posiciones estratégicas, nidos de ametralladoras, fuertes contingentes militares.

LAS HORAS DECISIVAS .
Cuando los ingleses sintieron el ronronear interminable de los aviones que partían hacia la Europa de Hitler, supieron que había llegado el momento de la venganza.
La noche del  5 de  junio de 1944, en el sur de Inglaterra, los que dormían despertaron. Los que no,  abandonaron sus ocupaciones y quehaceres. Todos salieron a escuchar.
Quienes habían vivido allí los últimos años estaban acostumbrados a noches ruidosas. Conocían el rumor de los bombarderos alemanes y el estrépito de los ataques aéreos. Últimamente se habían habituado al ronroneo peculiar de los bombarderos británicos y regresaban de  madrugada a sus bases. Pero este, el de la noche del 5 de junio, era un ruido distinto. Todos lo recordarían como diferente a los oídos anteriormente.
Acostumbrados a vivir en guerra adivinaban lo que estaba ocurriendo por lo que percibían. Al escuchar esa noche, con emoción y orgullo se percataron de lo que estaba pasando, a lo lejos, rumbo al sur, el mayor contingente de fuerzas aéreas visto hasta entonces.

UNA EMOCIÓN ANGUSTIANTE .
Nadie dudaba de su significado. Incluso quienes nada tenían que ver con secretos  militares sabían que esto ocurriría. También lo sabía el enemigo, las fuerzas alemanas apostadas al otro lado del Canal de la Mancha, sobre las Costas de Normandía, parapetadas en lo que la propaganda nazi calificara como “elmuro del Atlántico”.
En los puertos ingleses se decían unos a otros: “ Ha llegado la hora”. La emoción con que sentían el ruido era tan profunda que ni siquiera intentaban expresar sus sentimientos.
Se trataba de la invasión, como todos sabían o adivinaban; de esa invasión que, de tener éxito, debía redimir el desastre de Dunkerke, donde cuatro años antes conocieran el amargo sabor  de la derrota; de esa invasión que había de demostrar con cuánta razón los ingleses no habían querido darse por vencidos precisamente cuando todo el mundo les consideraba exhaustos.
Se trataba de recompensar cuatro años de trabajo intenso, agobiante, que les había permitido pasar de la deplorable situación de 1940 a codearse con los Estados Unidos.
Para los ingleses en particular, podía significar el primer rayo de sol después de la tormenta. Significaría, en todo caso, que lo peor ya había pasado, que se aproximaba el fin de las penalidades, del aburrimiento, del dolor, del fracaso tanto tiempo soportado

SER O NO SER .

Eso suponiendo el éxito. Pero si la empresa fallara, ¿qué consecuencias acarrearía?. La gente ni siquiera se atrevía a pensarlo. Sabían, sin embargo, que supondría por lo menos un desastre militar del que, en el mejor de los casos, tardarían años en recuperarse. Dudaban seriamente, agotados como estaban de poder sobrevivir, de poder superar tamaña decepción, de recomenzar lo de Dunkerke.
Esa noche se acostaron-los que lo hicieron- con el presentimiento de que se avecinaban grandes acontecimientos. Sabían que el día siguiente les traería nuevas de una batalla decisiva.
Estaban contentos porque había llegado el momento de jugárselo todo. Naturalmente sentían gran inquietud por esos miles de hombres, gente suya, que se encaminaban ahora, en la noche, hacia la batalla, y también por los americanos, por los franceses, canadienses, etc, a  quienes acababan de conocer. Muchos pensaban en determinadas personas a las que suponían, con o sin fundamento, dirigiéndose a Francia.
La noticia cumbre en la prensa de la mañana del día 6 seguía siendo la caída de Roma en poder de los aliados, anunciada ya en la víspera. Nada se decía de esos otros acontecimientos más cercanos. Nada se supo hasta después de las 9. Entonces un escueto parte anunció:
“Fuerzas navales aliadas, apoyadas por fuertes contingentes aéreos, han comenzado esta mañana a desembarcar tropas en la costa francesa, bajo el mando del general Eisenhower”.
Esta breve noticia, que la gente del sur de Inglaterra había presentido a partir del rumor de los aviones, se expandió  por el  mundo en pocos minutos.

OPERACIÓN OVERLORD .
Con el ataque a Normandía culminaban  dieciocho meses de cálculo y trabajo de las fuerzas aliadas. Se materializaba una idea que había nacido en Dunkerke en 1940, cuando los soldados británicos más expertos se batían en retirada por la costa continental acosados por el fuego alemán.
En ese momento de derrota se trataba de un proyecto de realización lejana, pero no imposible. El mismo año, mientras la mayor parte de los ingleses se preocupaba de improvisar la propia defensa, se creó un organismo llamado de “Operaciones Combinadas”, que ya estaba estudiando las técnicas de aterrizaje y desembarco en  costas enemigas. Dieciocho meses más tarde cuando el capitán Lord Louis Mountbatten tomó el mando de las Operaciones Combinadas, el Primer Ministro inglés  Winston Churchill le ordenó que “proyectara la ofensiva”. El proyecto fue bautizado “Operación Overlord”.
En 1943, Churchill y el Presidente norteamericano Franklin Délano Roosevelt decidieron designar un Estado Mayor Conjunto o Aliado que preparara un plan definitivo de desembarco.
Al frente de este Estado Mayor estaba el teniente general F.E. Morgan, nombrado jefe a las órdenes del Comando Supremo Aliado, todavía sin elegir.
 En 1943 este comando estudió unos seis meses las costas del continente, las fuerzas aliadas y alemanas que podrían intervenir en la batalla, así como los detalles técnicos complicados del proyecto. Fue entonces -–un año antes de la invasión- cuando se decidió el lugar del desembarco, resolución que debía guardarse en absoluto secreto hasta el momento en que la flota de invasión fuera divisada desde la costa francesa.

¿NORMANDÍA O CALAIS? .
Muchos fueron los factores que se tuvieron en cuenta antes de decidirse: playas adecuadas para el desembarco, espacio suficiente para desplegar después el ejército, condiciones atmosféricas, mareas, distancia de las bases de aviación de corto radio de acción, distancia de otros puertos que pudieran capturarse para auxiliar al ejército, la defensa alemana.
 De toda la costa europea desde Noruega hasta el golfo de Vizcaya en España, y siguiendo la lógica militar más estricta, sólo dos lugares parecían adecuados. La zona de Calais y la costa de Normandía, comprendida entre Cherburgo y el Havre.
Los norteamericanos se inclinaban por Calais, por ofrecer la ruta más directa hacia Alemania.
Los ingleses preferían Normandía, por ser más débiles sus defensas.
El Comando supremo se decidió al fin por Normandía lo que fue ratificado por Roosevelt y Churchill en agosto de 1943, en la Conferencia de Quebec (Canadá). Ambos acordaron que el Comandante Supremo fuese americano e ingleses su lugarteniente y los otros tres jefes. Asimismo , se fijó la fecha de acción: mayo de 1944.

DÍA D, HORA H .

En diciembre de 1943 Roosevelt encargó  a Dwight Eisenhower, entonces comandante supremo del Mediterráneo, que dirigiera  la invasión a Francia.
En enero de 1944 se dieron a conocer los nombres de los subordinados ingleses: el mariscal Arthur Williams Tedder, jefe de las Fuerzas Aéreas, fue nombrado lugarteniente de Eisenhower; como jefe de los ejércitos de tierra, mar y aire se designó al almirante Ramsay, al general Bernard Law Montgomery y al mariscal Leigh Mallory.
En la conferencia de Teherán (Irán), realizada a fines de noviembre de 1943, el gobernante soviético José Stalin había demostrado su impaciencia a sus aliados de Estados Unidos e Inglaterra. Deseaba que ambos establecieran con urgencia un segundo frente en Europa que aliviara a los rusos en su lucha contra Hitler. Roosevelt y Churchill le habían prometido  comenzar su ofensiva en mayo de 1944. Así, en enero de ese mismo año, al tomar el mando los nuevos jefes del Comando Supremo, se dieron cuenta de que sólo disponían de cuatro meses.
Cuando Eisenhower y Montgomery vieron por primera vez el proyecto detallado del Comando Supremo aliado convinieron en que la zona de desembarco era demasiado estrecha y que la tropa prevista para el primer asalto era insuficiente.  A instancias del primero, se buscó y recogió material de desembarco por todo el mundo. Así y todo resultaba insuficiente.
No quedó más remedio ( a pesar de que Churchill estaba preocupado por lo que diría Stalin) que atrasar el desembarco hasta los primeros días de junio, a fin de añadir  al menos el armamento fabricado en un mes.

ELECIÓN DEL DÍA  .
La elección de la fecha exacta de junio fue dada por las mareas, el plan de ataque y las defensas alemanas. Aquella primavera europea la aviación efectuó a diario vuelos de reconocimiento por la costa francesa.
Las fotografías sacadas iban mostrando el emplazamiento de nuevas piezas de artillería y cómo los alemanes y población civil francesa levantaban en las playas, a marchas forzadas, toda clase de obstáculos, tales como estacas , rampas, barricadas de acero y tela metálica, muchos de ellos provistos de minas.
En poco tiempo , el mariscal alemán Erwin Rommel había convertido Normandía en una trampa mortal .
Tal  como querían los alemanes, estas obstrucciones obligaban a los atacantes a una verdadera selección entre calamidades: en caso de efectuarse la ofensiva durante la marea alta, dichos obstáculos, entonces sumergidos e invisibles, interceptarían y desbaratarían gran parte del potencial del desembarco.
De realizarse éste durante la marea baja, las tropas se verían obligadas a cruzar una playa abierta al fuego alemán, ya que las playas de Normandía son de pendientes muy suaves y el alcance de las mareas es muy amplio. Es decir, durante la marea baja tienen una anchura aproximada de 250 a 350 metros .
Eisenhower y Montgomery decidieron correr este último riesgo, reduciéndolo en  lo posible bombardeando intensamente, momentos antes, las defensas y descendiendo tanques con que cubrir el avance de la infantería. El desembarco comenzaría justo al fin de la marea baja. Se destruirían inmediatamente los obstáculos para continuar bajando tropas y material durante la crecida.
ELECCIÓN DE LA HORA .
Convenía que la flota se acercara a la costa cubierta por la oscuridad de la noche. Por otra parte, la aviación y la misma flota necesitaban una hora de luz para bombardear debidamente las defensas. El desembarco, pues, debería realizarse una hora después del amanecer. Había que combinar esa hora con el estado requerido de mareas.
El 6 de junio era el momento en que la marea baja se daba en Normandía una hora después del amanecer. Las condiciones del 5 y 7 eran también aceptables. No así las de   los días siguientes. Hasta quince días después , alrededor del 20, no volvían a darse condiciones favorables, pero entonces la luna sería menguante y los paracaidistas y fuerzas aerotransportadas preferían la luz de la luna.
Por otra parte la promesa hecha a Stalin se atrasaría, en este caso, quince días más. Por todo ello se escogió el 5 de junio.
Se tenían dos días más, en caso de que las condiciones atmosféricas fueran malas.
La hora H, momento de iniciarse la invasión, sería las 6.30 en el extremo oeste de la zona escogida y las 7.30 en el extremo este.

FRENTE A FRENTE  .
Antes de que los aliados pusieran a Montgomery al frente de las tropas de invasión, los alemanes-sabiendo que ésta, forzosamente, debía producirse- encargaron al mariscal Erwin Rommel la defensa de la costa del noroeste de Europa.
Rommel y Montgomery eran antiguos conocidos en el campo de batalla. Ambos se habían batido duramente en las ardientes arenas del norte de África, en Alamein, y el militar había sido derrotado por el inglés.
Ahora el destino volvía a ponerlos frente a frente en las heladas aguas del Canal de la Mancha.
La propaganda alemana había hablado de la “muralla atlántica”, formada por una cadena de defensa inexpugnables a lo largo de la costa. La Confianza de Hitler era total. Contrariamente a la mayor parte de sus generales, creía en la eficacia de esta nueva “línea Maginot” destinada, esta vez , a impedir a los ejércitos de invasión poner pie en el continente.

UN MURO DE PAPEL .
Pero Rommel se encontró con que la famosa muralla era, en realidad, poco más que propaganda. Se había exagerado mucho para evitar que británicos y norteamericanos intentaran un ataque aéreo y para animar a los alemanes.
De hecho nunca había sido considerada como de importancia capital por la defensa alemana. Se había llevado material destinado a su construcción a otros lugares en apariencia más necesitados. En muchos sectores su construcción era negligente, pues los mandos alemanes consideraban su destino a Francia como unas vacaciones de sus actividades en el frente ruso.
Más Rommel era un hombre de una energía extraordinaria, y se puso a  fortificar a marchas forzadas a fin de conseguir el fracaso de la invasión que sabía, se preparaba en Inglaterra. Su labor, sim embargo, se vio frenada por la escasez de material y por la discrepancia  de opinión del Alto Mando nazi.
Rommel pensaba que la invasión debía pararse en el mar o en la costa. El mariscal  Gerd von Rundstedt, su inmediato superior, lo creía imposible y confiaba más en las reservas, que intentaba conservar intactas hasta que se evidenciaran las intenciones del invasor.
Los alemanes habían deducido que la invasión se efectuaría (tal como lo habían pensado los aliados) por Calais o por Normandía; pero no sabían con certeza por cuál de esos puntos se produciría. El Alto Mando nazi pensaba que sería por Calais. Rommel, que por Normandía.
UN ENGAÑO EXITOSO  .
Estas desavenencias dentro del Alto Mando alemán provenían en parte del engaño de los aliados , que habiéndose decidido por Normandía, estaban haciendo cuanto podían para persuadir al enemigo de que se atacaría por Calais.
Mientras el ejército y la flota se estaban concentrando en el suroeste de Inglaterra, en el sudeste se levantaban falsos campamentos y se concentraban flotas simuladas.
Por radio se fingía la actividad de todo un ejército en Kent, a cuyo frente se puso, con gran publicidad al general George S. Patton.
Por otra parte se efectuaban más vuelos  de reconocimiento y más ataques preliminares  en Calais que en Normandía.
Barcos falsos y aviones simulados, que el radar aumentaba considerablemente, se dirigían a Calais. El contraespionaje británico se había encargado también de infiltrar esas ideas erróneas entre los mandos alemanes.
Después de la guerra se encontraron en los archivos germanos 250 informes prediciendo el lugar y fecha de la invasión. Todos eran erróneos, menos uno.
El engaño fue tan perfecto que von Rundstedt, por ejemplo, semanas después del desembarco todavía creía que se trataba de una maniobra fingida y que la ofensiva principal llegaría por Calais.

EL PLAN EISENHOWER .
El plan de ataque de Eisenhower cubría unos cien kilómetros, desde el río Dives cerca de Caen, hasta el este de la península de Cherburgo. Durante la noche, se lanzarían sobre los dos extremos importantes contingentes de paracaidistas y fuerzas aerotransportadas: sobre el oeste los norteamericanos y sobre el este los británicos, para proteger los flancos de las tropas de desembarco.
Al despuntar el alba, los buques y la aviación bombardearían la costa. Al cesar el  bombardeo, la tropa desembarcaría en cinco tramos distintos. También aquí las fuerzas norteamericanas  tenían que colocarse al oeste y las británicas al este. Los primeros tenían señalados los dos sectores de la playa que hay a los lados del estuario del río Vire, señalados en clave con los nombres de Utah y Omaha. Las otras tres playas conocidas como Gold, Juno y Sword, estaban destinadas a los británicos.
Sin embargo en Juno desembarcarían principalmente tropas canadienses.
El proyecto era gigantesco. La flota, de 5.333 unidades, era la mayor que hasta entonces se había formado. Lo mismo se podía decir de las fuerzas aéreas, con un contingente cercano a los 10.000 aparatos.  Jamás se había proyectado cosa parecida.
El bombardeo que debería realizarse momentos antes de la invasión era el mayor, el más pesado y concentrado de los proyectados hasta la fecha.
Los cálculos realizados, los más complicados.
Para solucionar los nuevos problemas que planteaba el proyecto se inventaron puertos artificiales, tanques flotantes,etc. Las órdenes navales llegaron a tener un grosor de ocho centímetros. Jamás se había escrito un mamotreto más indigesto.
La tropa y la marinería sólo podía comprender vagamente lo gigantesco del proyecto. Nadie podía abarcar de un solo golpe de vista cinco mil buques y diez mil aviones. Ni siquiera el Alto Mando aliado era capaz de calibrar directamente la inmensidad de la empresa. Todo estaba previsto……menos el tiempo atmosférico .

LA POSTERGACIÓN  .
El Día D era en principio el 5 de junio. Pero para desembarcar en esa fecha, algunas unidades debían zarpar  el viernes 2. Los hombres y el material tenían que salir de los campamentos y embarcar el mismo día. Todavía el 3 de junio podía aplazarse todo por 24 horas. Pero el alba del 4 ya era tarde, porque los barcos que irían a la cabeza ya estarían demasiado lejos para volver. Era necesario contar con una previsión atmosférica anticipada de 48 horas, y se reunió un comité de meteorólogos para facilitar el parte, el  más importante, sin dudas de cuantos se han hecho.
Todos los partes de mayo habían sido acertados. Pero de repente, el 1 de junio, el tiempo empeoró: cielo cubierto, nuboso, gris.
El  día 2  los meteorólogos advirtieron que por el Atlántico se acercaba un complicado sistema de tres depresiones.
El parte del día 3 anunciaba para los días 5,6 y 7 de junio que eran precisamente los únicos días disponibles a causa de la marea, vientos altos, nubes bajas y poca visibilidad.
Este parte, con todo el horrendo problema que encerraba, llegó el 3 de junio a las 9.30 horas donde Eisenhower conferenciaba con el Alto Mando aliado.
Los primeros barcos ya habían zarpado. Decenas de miles de hombres estaban incómodamente encerrados en los transportes y barcazas. Los campamentos estaban llenos en la retaguardia. La inmensa máquina se había puesto en marcha. Ahora había que seguir o pararla durante 24 horas. Ambas alternativas podían acarrear un desastre.
¿Qué hacer?
“O.K., ADELANTE “.
El comando aliado había programado todo, pero existía un elemento que escaba a su control: el tiempo atmosférico. Y éste casi lo obliga a postergar la operación .
Por el parte meteorológico y el criterio de los comandantes en jefe, la tarde del sábado 3 de junio parecía que la operación tendría que aplazarse.
Según estaba previsto, todo podía postergarse 24 horas. Pero Eisenhower estaba convencido de que aplazar la operación supondría un golpe duro, cruel, en la moral y condiciones físicas de la tropa que ya estaba navegando.
Por otra parte , cualquier  demora aumentaría el riesgo de que se les descubriera. El día terminó sin una decisión y Eisenhower citó para otra reunión al día siguiente.
El domingo 4, a las 4.30 de la mañana, el Alto Mando volvió a reunirse para  enterarse de la evolución del tiempo.  Las previsiones atmosféricas seguían siendo malas, aunque de momento, el tiempo continuara bueno.
Eisenhower ordenó que los buques que constituían el grueso de la fuerza postergaran su salida  24 horas y que regresaran los que habían zarpado. Pero la prórroga no resolvió el problema y el domingo en la noche Eisenhower se encontró de nuevo ante el terrible dilema, más difícil todavía: el tiempo era ahora decididamente malo e imposibilitaba la acción.
Pero los partes predecían que posiblemente el martes por la mañana mejoraría. No quedaba más remedio que intentar la acción el martes , día 6, con el clima que fuera, o prorrogar  la acción 15 días más, hasta que las mareas coincidieran de nuevo con el horario previsto.
Tampoco ahora se decidió Eisenhower. Lo haría al día siguiente, de madrugada. A las 4 de la madrugada del lunes dio la orden:   “O:K., adelante “.
Dada la orden de ejecución, despegados los aviones y zarpados los buques, el Alto Mando no tenía más que hacer por el momento.
Por falta de medios y de tiempo, el ejército aliado no pudo enviar a Inglaterra informes completos de lo que se estaba haciendo. Así se explica que el mismo Eisenhower, que estaba entonces en su cuartel general, no supiera, hasta mucho después de terminada la primera fase, cuál había sido el resultado de su decisión.
En el momento de comenzar la ofensiva, el Comandante Supremo, según cuenta su Ayudante de Campo, estaba en cama leyendo un cuento de cowboys. Era sin duda lo mejor que podía hacer entonces.
EN LA HORA DECISIVA .
Un vez recibida la orden, sobre el Canal de la Mancha la noche  comenzó a retumbar con el rugir de los aviones: se había puesto en marcha la invasión a la Europa de Hitler y las fuerzas aliadas sólo tenían una consigna : ¡adelante!.
A la cabeza iban los exploradores encargados de  iluminar las zonas de aterrizaje para los paracaidistas y la infantería de aviación, llevada en planeadores.
Detrás venían, en interminables formaciones, los imponentes ejércitos aliados transportados por el aire.
Abajo, en el mar, surcaban las oscuras aguas cinco grande convoyes que constituían el grueso de las fuerzas aliadas  de invasión: más de 5 mil embarcaciones atestadas de cañones, tanques, semitractores y soldados mareados pero resueltos. Se dirigían a Sword, June , Gold, Utah y Omaha, las cinco playas sobre las costas de Normandía que les habían sido asignadas.
Los alemanes habían sembrado las playas de invasión con una maraña de obstáculos submarinos, a fin de empalar y echar a pique los botes de desembarco.
En la arena se escondían cinco millones de minas para destruir tanques y tropas.
Detrás , en  los peñascos que dominaban las playas, en bloques y trincheras y fortines de hormigón, las fuerzas de Rommel apuntaban las ametralladoras y cañones de modo de batir los diversos sectores con fuego cruzado.
El tiempo de espera había concluido….Había llegado el tiempo de la acción.

DESCONCIERTO ALEMÁN  .
Tras la “muralla del Atlántico”, las tropas nazis percibieron inicialmente la invasión como algo difuso a lo que no se podía atribuir ningún sentido concreto.
Vagos rumores e informes confusos llegaban a los diferentes puestos del Séptimo Ejército alemán en Normandía; rumores que  los oficiales trataban de evaluar. Pero no había mucho sobre qué fundarse: figuras borrosas vistas por ahí, tiros de fusil hechos por acá, un paracaídas colgado de un árbol encontrado más allá……muchos indicios, pero ¿de qué? ¿Cuántos hombres habrían aterrizado….. dos….. doscientos? ¿Serían acaso tripulantes de los bombarderos aliados alcanzados por la artillería antiaérea  que se habían visto obligados a saltar? ¿O sería una serie de ataques de la Resistencia  francesa? Nadie lo sabía y, con tan escasa información, nadie en el Séptimo Ejército ni en el Decimoquinto, en la zona de Calais, se atrevía a dar una voz de alarma que más tarde pudiese  resultar infundada. Y, en esta incertidumbre, pasaban los minutos.
Aunque los alemanes no lo comprendiesen,  la presencia de paracaidistas en la península de Cherburgo significaba que el Día D había comenzado. Eran los primeros exploradores: 120 hombres especialmente adiestrados, cuya misión consistía en señalar “zonas de descenso” en una superficie de 130 kilómetros cuadrados detrás dela playa Utah, donde pudiera aterrizar el grueso de las tropas de asalto norteamericanas que llegarían una hora más tarde en paracaídas y planeadores. “Cuando pisen el suelo de Normandía- se les había advertido- sólo tendrán un amigo: Dios”.
A 80 kilómetros de allí, al extremo oriental del campo de batalla de Normandía, seis aviones ingleses cargados de exploradores, y seis bombarderos de la Real Fuerza Aérea remolcando planeadores, penetraron  sobre la costa.
El cielo estallaba en mortífero fuego antiaéreo y los invasores iban cayendo iluminados por fantásticos candelabros de luces de bengala. Dos de ellos lo hicieron en el prado frente a la casa que servía de centro de operaciones al general alemán Josef Reichert. Este jugaba cartas cuando los aviones cruzaron atronando  el espacio y salió preocupadamente al exterior, en compañía de otros oficiales, en el momento en que los dos ingleses tocaban tierra. El jefe nazi sólo atinó a decir.
¿De dónde salen ustedes?
A lo cual respondió uno de los ingleses:
Lo siento mi querido amigo. Hemos aterrizado aquí de pura casualidad
Pero el enemigo más siniestro en esos primeros minutos del Día D no fue el hombre, sino lo que éste había hecho con la naturaleza.
En la zona  británica, en la punta oriental del campo de batalla de Normandía, las precauciones tomadas por Rommel contra los paracaidistas surtían su efecto: había hecho inundar el valle del río Dives y las lagunas y pantanos que allí se formaron se convirtieron en  constantes amenazas de muerte. El número de víctimas que se tragaron aquellas charcas nunca se sabrá. Las ciénagas estaban cruzadas por un laberinto de zanjas de dos metros de profundidad y de 1.20 metros de ancho, cuyo fondo era una trampa de cieno. Quien caía en una de ellas, con el impedimento del fusil y del pesado equipo, era hombre muerto. Muchos se ahogaron teniendo la tierra a pocos metros.
Cerca de la una de la madrugada del día  6, sobre el sector de la costa de Normandía bautizado como Omaha comenzaron a pasar los aviones aliados en formación, oleada tras oleada era la vanguardia de la mayor invasión aérea jamás intentada…….. 882 aparatos que transportaban a 13.000 hombres. Con destino a seis zonas de descenso situadas tras la retaguardia alemana.
Los paracaidistas saltaban de sus naves luchando contra la adversidad de las circunstancias. Sus dos divisiones (la 82 y 101) se habían desparramado peligrosamente. Sólo un regimiento aterrizó con toda precisión. Habían perdido el 60 por ciento del equipo, incluso la mayoría de las radios, los morteros, las municiones.
Peor aún:  muchos soldados se habían perdido. Muchos otros perecieron ahogados en los traicioneros pantanos, arrastrados por el peso del equipo, algunos en 50 centímetros de agua.. Otros que saltaron demasiado tarde, cayeron al mar.
En la oscuridad, los norteamericanos se fueron reuniendo en distintos sitios, atraídos por el castañeo de las chicharras de lata que llevaban consigo. Gracias a estos juguetes saldrían de allí con vida. Un chasquido debía ser contestado con dos, y dos con uno. Al oír estas señales, los soldados iban saliendo de sus escondrijos para encontrarse con sus compañeros.
Aquellos momentos fueron de confusión para todos……., especialmente para los generales que se encontraron sin estado mayor, sin comunicaciones y sin tropas. Uno de ellos se vio rodeado de varios oficiales, pero con sólo tres soldados. “Jamás tan pocos han sido mandados por tantos”, les dijo.

EL ENEMIGO NO REACCIONA  .
Con todo, los alemanes seguían ciegos. Había muchas razones para ello: el mal tiempo; la falta de tropas de reconocimiento( los pocos aviones de reconocimiento que despacharon a reconocer los embarcaderos ingleses habían sido derribados); su firme convicción de que la invasión, en caso de haberla, se efectuaría  por el paso de Calais, el puerto francés más próximo a Gran Bretaña. Hasta sus estaciones de radar les fallaron aquella noche, pues los aviones aliados lograron trastornarlas arrojando sobre sus antenas una lluvia de tiras de estaño.
Solamente una estación dio un informe aquel día y decía: “Tráfico normal en el canal”.
Más de dos horas habían transcurrido desde que aterrizaran los primeros paracaidistas y apenas comenzaban a darse cuenta los jefes alemanes de que algo extraño estaba pasando: empezaban a recibir  informes dispersos.
  En el cuartel de Rommel  llegaban y se amontonaban los antecedentes venidos de todas partes  , algunos inexactos , otros incompletos, otros contradictorios .
La  Luftwaffe,  Fuerza Aérea Alemana, anunció la presencia de paracaidistas cerca de la ciudad normanda de Bayeux   . En realidad ninguno había aterrizado allí. Otros informes aseguraban que las tropas de invasión aérea no eran más que “maniquíes disfrazados de paracaidistas”.
Esta última observación era en parte acertada, porque al  sur de la zona de invasión de Normandía los aliados habían lanzado en paracaídas centenares de muñecos de goma que llevaban atados ristras de petardos que estallaban apenas tocaban el suelo dando la impresión de un enfrentamiento con armas de fuego.  Unos cuantos de estos muñecos iban a producir un gran efecto en el curso de la batalla en la playa OMAHA, que se desarrollaría más tarde. Harían creer a un general alemán que lo atacaban por la retaguardia y lo obligarían a enviar parte de las tropas, que le hacían falta en el frente, a repeler el fingido ataque por el sur.
En el cuartel de Rommel la gente se devanaba los sesos por entender qué significaba ese sarpullido  de puntitos rojos  que iban brotando en sus mapas. Si en verdad se trataba de una invasión , ¿ se dirigía contra Normandía? ¿No serían esos ataques simples amagos para distraer la atención del sitio en que  realmente iba a efectuarse?
 Pero mientras los alemanes se debatían en la duda, ya habían llegado los primeros refuerzos de las tropas de invasión.

ENTRE EL VALOR Y EL TEMOR .

Ya se acercaba la aurora, el amanecer que habían estado preparando 18.000 paracaidistas. En menos de cinco horas , éstos  lograron quizás más de lo que el general Eisenhower y la plana mayor aliada esperaban: los ejércitos transportados por aire habían desconcertado al enemigo, trastornando sus comunicaciones y ocupaban flancos de invasión de Normandía, bloqueando parte los refuerzos que pudieran llegarle.
Ahora aguardaban la llegada de los barcos para emprender con las fuerzas que venían la acometida conjunta contra la Europa de Hitler.
Todos aguardaban  este amanecer, pero nadie tan ansiosamente como los alemanes, porque ya habían comenzado a aclararse el tumulto de mensajes que llegaba a los cuarteles generales de Rommel y von Rundstedt, con un colorido nuevo y tenebroso.
A lo largo de la costa de invasión, las estaciones navales descubrían ruidos de barcos: no uno, o dos, como antes, sino centenares. Por más de una hora, sus comunicados continuaban llegando , siempre en aumento.
La verdad se les presentó de improviso con toda su aplastante magnitud: un oficial alemán realizaba sus observaciones de rutina desde su puesto de vigilancia en la playa OMAHA. Con  ademán de fastidio enfocó el anteojo hacia la izquierda y poco a poco fue recorriendo con la vista la línea del horizonte. Al llegar al centro de la bahía, paró bruscamente como petrificado.
A través de la neblina que se dispersaba alcanzó a ver que , del confín donde se juntan el cielo y el agua, surgían como por encanto infinidad de barcos: barcos de todos los tipos y tamaños imaginables, barcos que maniobraban tranquilamente, hacia adelante y hacia atrás, como si hubieran estado allí horas enteras. Eran millares, era una armada fantasma que brotaba como al conjuro de un encantamiento.
Pero los cientos de barcos eran reales. En las horas siguientes, desde sus entrañas comenzaron a surgir por miles los soldados ingleses, americanos , canadienses, neozelandeses, franceses, hacia la cabeza de playa que , de acuerdo a los planes del Alto Mando aliado, les correspondía ocupar.
Los aliados  habían logrado establecer una posición en el continente, precaria en un comienzo, pero que se haría más fuerte con el correr de los días. Ese punto de partida fue el que permitió a Eisenhower entregar su escueto parte:
“Fuerzas navales aliadas, apoyadas por fuertes contingentes aéreos, han comenzado  esta mañana a desembarcar tropas en la costa francesa, bajo el mando del general Eisenhower”.
A las 10.15 horas de ese mismo día  sonó el teléfono en la casa del mariscal de campo Erwin Rommel, en Herrlingen (Alemania). Lo llamaba el general Hans Speidel, jefe de su estado mayor, con el objeto de darle el primer informe completo acerca de la invasión. Rommel lo escuchó consternado.
No se trataba ya de una incursión cualquiera. Había llegado el tan esperado día. Aquel que, según él, sería “el más largo de la historia”. Para Rommel, hombre práctico, era claro que, aunque la lucha continuara por varios meses más, el juego se había perdido. El “día más largo”, que apenas empezaba, llegaba ya a su fin, y…. por una ironía del destino, el gran estratega alemán se hallaba al margen de la batalla en que se estaba decidiendo la guerra.
Así que Speidel terminó de informarle ,  todo cuanto Rommel pudo decir fue: “¡Qué estúpido he sido! ¡Qué estúpido soy!










Fuente: Diario La Tercera: Suplemento“Grandes EPISODIOS de la Historia: “El día D Desembarco en Normandía”. Santiago de Chile, s/f, pp 46

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