Era el
día 6 de junio de 1944, el Día D, el del
desembarco de los aliados en Normandía, el que el mariscal de campo alemán Erwin Rommel llamó EL DÍA MÁS LARGO DE LA
HISTORIA .
NUNCA ANTES
Se
había desplazado por los mares una fuerza naval tan poderosa: 5.333 unidades,
entre buques de guerra y navíos de desembarco
NUNCA
ANTES
Tantos
aviones habían dejado caer su carga mortal sobre las posiciones alemanas en las
costas francesas de Normandía, región situada frente al Canal de la Mancha, que
separa a Inglaterra de Francia: 10 mil aparatos
NUNCA ANTES
Tantos
soldados se habían reunido para participar en una operación militar: 200 mil
hombres entre ingleses, norteamericanos, canadienses, neozelandeses, franceses
y otros.
NUNCA
ANTES
Habían
sido tan formidables los
obstáculos por superar: 5 millones de
minas, vastas regiones convertidas en pantanos artificiales , poderosos cañones
emplazados en posiciones estratégicas, nidos de ametralladoras, fuertes
contingentes militares.
LAS HORAS
DECISIVAS .
Cuando
los ingleses sintieron el ronronear interminable de los aviones que partían
hacia la Europa de Hitler, supieron que había llegado el momento de la
venganza.
La
noche del 5 de junio de 1944, en el sur de Inglaterra, los
que dormían despertaron. Los que no,
abandonaron sus ocupaciones y quehaceres. Todos salieron a escuchar.
Quienes
habían vivido allí los últimos años estaban acostumbrados a noches ruidosas.
Conocían el rumor de los bombarderos alemanes y el estrépito de los ataques
aéreos. Últimamente se habían habituado al ronroneo peculiar de los bombarderos
británicos y regresaban de madrugada a sus
bases. Pero este, el de la noche del 5 de junio, era un ruido distinto. Todos
lo recordarían como diferente a los oídos anteriormente.
Acostumbrados
a vivir en guerra adivinaban lo que estaba ocurriendo por lo que percibían. Al
escuchar esa noche, con emoción y orgullo se percataron de lo que estaba
pasando, a lo lejos, rumbo al sur, el mayor contingente de fuerzas aéreas visto
hasta entonces.
UNA EMOCIÓN
ANGUSTIANTE .
Nadie
dudaba de su significado. Incluso quienes nada tenían que ver con secretos militares sabían que esto ocurriría. También
lo sabía el enemigo, las fuerzas alemanas apostadas al otro lado del Canal de
la Mancha, sobre las Costas de Normandía, parapetadas en lo que la propaganda
nazi calificara como “elmuro del Atlántico”.
En los
puertos ingleses se decían unos a otros: “ Ha llegado la hora”. La emoción con
que sentían el ruido era tan profunda que ni siquiera intentaban expresar sus
sentimientos.
Se
trataba de la invasión, como todos sabían o adivinaban; de esa invasión que, de
tener éxito, debía redimir el desastre de Dunkerke, donde cuatro años antes
conocieran el amargo sabor de la
derrota; de esa invasión que había de demostrar con cuánta razón los ingleses
no habían querido darse por vencidos precisamente cuando todo el mundo les consideraba
exhaustos.
Se
trataba de recompensar cuatro años de trabajo intenso, agobiante, que les había
permitido pasar de la deplorable situación de 1940 a codearse con los Estados
Unidos.
Para
los ingleses en particular, podía significar el primer rayo de sol después de
la tormenta. Significaría, en todo caso, que lo peor ya había pasado, que se
aproximaba el fin de las penalidades, del aburrimiento, del dolor, del fracaso
tanto tiempo soportado
SER O NO
SER .
Eso suponiendo
el éxito. Pero si la empresa fallara, ¿qué consecuencias acarrearía?. La gente
ni siquiera se atrevía a pensarlo. Sabían, sin embargo, que supondría por lo
menos un desastre militar del que, en el mejor de los casos, tardarían años en
recuperarse. Dudaban seriamente, agotados como estaban de poder sobrevivir, de
poder superar tamaña decepción, de recomenzar lo de Dunkerke.
Esa
noche se acostaron-los que lo hicieron- con el presentimiento de que se
avecinaban grandes acontecimientos. Sabían que el día siguiente les traería
nuevas de una batalla decisiva.
Estaban
contentos porque había llegado el momento de jugárselo todo. Naturalmente
sentían gran inquietud por esos miles de hombres, gente suya, que se
encaminaban ahora, en la noche, hacia la batalla, y también por los americanos,
por los franceses, canadienses, etc, a quienes acababan de conocer. Muchos pensaban
en determinadas personas a las que suponían, con o sin fundamento, dirigiéndose
a Francia.
La
noticia cumbre en la prensa de la mañana del día 6 seguía siendo la caída de Roma
en poder de los aliados, anunciada ya en la víspera. Nada se decía de esos
otros acontecimientos más cercanos. Nada se supo hasta después de las 9.
Entonces un escueto parte anunció:
“Fuerzas
navales aliadas, apoyadas por fuertes contingentes aéreos, han comenzado esta
mañana a desembarcar tropas en la costa francesa, bajo el mando del general
Eisenhower”.
Esta
breve noticia, que la gente del sur de Inglaterra había presentido a partir del
rumor de los aviones, se expandió por
el mundo en pocos minutos.
OPERACIÓN
OVERLORD .
Con el
ataque a Normandía culminaban dieciocho
meses de cálculo y trabajo de las fuerzas aliadas. Se materializaba una idea
que había nacido en Dunkerke en 1940, cuando los soldados británicos más
expertos se batían en retirada por la costa continental acosados por el fuego
alemán.
En ese
momento de derrota se trataba de un proyecto de realización lejana, pero no
imposible. El mismo año, mientras la mayor parte de los ingleses se preocupaba
de improvisar la propia defensa, se creó un organismo llamado de “Operaciones
Combinadas”, que ya estaba estudiando las técnicas de aterrizaje y desembarco
en costas enemigas. Dieciocho meses más
tarde cuando el capitán Lord Louis Mountbatten tomó el mando de las Operaciones
Combinadas, el Primer Ministro inglés
Winston Churchill le ordenó que “proyectara la ofensiva”. El proyecto
fue bautizado “Operación Overlord”.
En
1943, Churchill y el Presidente norteamericano Franklin Délano Roosevelt
decidieron designar un Estado Mayor Conjunto o Aliado que preparara un plan
definitivo de desembarco.
Al
frente de este Estado Mayor estaba el teniente general F.E. Morgan, nombrado
jefe a las órdenes del Comando Supremo Aliado, todavía sin elegir.
En 1943 este comando estudió unos seis meses
las costas del continente, las fuerzas aliadas y alemanas que podrían
intervenir en la batalla, así como los detalles técnicos complicados del
proyecto. Fue entonces -–un año antes de la invasión- cuando se decidió el
lugar del desembarco, resolución que debía guardarse en absoluto secreto hasta
el momento en que la flota de invasión fuera divisada desde la costa francesa.
¿NORMANDÍA
O CALAIS? .
Muchos
fueron los factores que se tuvieron en cuenta antes de decidirse: playas
adecuadas para el desembarco, espacio suficiente para desplegar después el
ejército, condiciones atmosféricas, mareas, distancia de las bases de aviación
de corto radio de acción, distancia de otros puertos que pudieran capturarse
para auxiliar al ejército, la defensa alemana.
De toda la costa europea desde Noruega hasta
el golfo de Vizcaya en España, y siguiendo la lógica militar más estricta, sólo
dos lugares parecían adecuados. La zona de Calais y la costa de Normandía,
comprendida entre Cherburgo y el Havre.
Los norteamericanos se inclinaban por Calais, por ofrecer la ruta más
directa hacia Alemania.
Los ingleses preferían Normandía, por ser más débiles sus
defensas.
El
Comando supremo se decidió al fin por Normandía lo que fue ratificado por
Roosevelt y Churchill en agosto de 1943, en la Conferencia de Quebec (Canadá). Ambos acordaron
que el Comandante Supremo fuese americano e ingleses su lugarteniente y los
otros tres jefes. Asimismo , se
fijó la fecha de acción: mayo de 1944.
DÍA D, HORA H .
En diciembre
de 1943 Roosevelt encargó a Dwight
Eisenhower, entonces comandante supremo del Mediterráneo, que dirigiera la invasión a Francia.
En
enero de 1944 se dieron a conocer los nombres de los subordinados ingleses: el
mariscal Arthur Williams Tedder, jefe de las Fuerzas Aéreas, fue nombrado
lugarteniente de Eisenhower; como jefe de los ejércitos de tierra, mar y aire
se designó al almirante Ramsay, al general Bernard Law Montgomery y al mariscal
Leigh Mallory.
En la
conferencia de Teherán (Irán), realizada a fines de noviembre de 1943, el gobernante
soviético José Stalin había demostrado su impaciencia a sus aliados de Estados
Unidos e Inglaterra. Deseaba que ambos establecieran con urgencia un segundo
frente en Europa que aliviara a los rusos en su lucha contra Hitler. Roosevelt
y Churchill le habían prometido comenzar
su ofensiva en mayo de 1944. Así, en enero de ese mismo año, al tomar el mando
los nuevos jefes del Comando Supremo, se dieron cuenta de que sólo disponían de
cuatro meses.
Cuando
Eisenhower y Montgomery vieron por primera vez el proyecto detallado del
Comando Supremo aliado convinieron en que la zona de desembarco era demasiado
estrecha y que la tropa prevista para el primer asalto era insuficiente. A instancias del primero, se buscó y recogió material de
desembarco por todo el mundo. Así y todo resultaba insuficiente.
No quedó más remedio ( a pesar de que Churchill
estaba preocupado por lo que diría Stalin) que atrasar el desembarco hasta los primeros días de
junio, a fin de añadir al menos
el armamento fabricado en un mes.
ELECIÓN DEL
DÍA .
La elección de la fecha exacta de junio fue
dada por las mareas, el plan de ataque y las defensas alemanas. Aquella primavera europea la
aviación efectuó a diario vuelos de reconocimiento por la costa francesa.
Las
fotografías sacadas iban mostrando el emplazamiento de nuevas piezas de
artillería y cómo los alemanes y población civil francesa levantaban en las
playas, a marchas forzadas, toda clase de obstáculos, tales como estacas ,
rampas, barricadas de acero y tela metálica, muchos de ellos provistos de
minas.
En poco tiempo , el mariscal alemán Erwin
Rommel había convertido Normandía en una trampa mortal .
Tal como querían los alemanes, estas obstrucciones
obligaban a los atacantes a una verdadera selección entre calamidades: en caso
de efectuarse la ofensiva durante la marea alta, dichos obstáculos, entonces
sumergidos e invisibles, interceptarían y desbaratarían gran parte del
potencial del desembarco.
De
realizarse éste durante la marea baja, las tropas se verían obligadas a cruzar
una playa abierta al fuego alemán, ya que las playas de Normandía son de
pendientes muy suaves y el alcance de las mareas es muy amplio. Es decir,
durante la marea baja tienen una anchura aproximada de 250 a 350 metros .
Eisenhower
y Montgomery decidieron correr este último riesgo, reduciéndolo en lo posible bombardeando intensamente,
momentos antes, las defensas y descendiendo tanques con que cubrir el avance de
la infantería. El
desembarco comenzaría justo al fin de la marea baja. Se destruirían
inmediatamente los obstáculos para continuar bajando tropas y material durante
la crecida.
ELECCIÓN DE
LA HORA .
Convenía
que la flota se acercara a la costa cubierta por la oscuridad de la noche. Por
otra parte, la aviación y la misma flota necesitaban una hora de luz para
bombardear debidamente las defensas. El desembarco, pues, debería realizarse
una hora después del amanecer. Había que combinar esa hora con el estado
requerido de mareas.
El 6 de
junio era el momento en que la marea baja se daba en Normandía una hora después
del amanecer. Las condiciones del 5 y 7 eran también aceptables. No así las
de los días siguientes. Hasta quince
días después , alrededor del 20, no volvían a darse condiciones favorables,
pero entonces la luna sería menguante y los paracaidistas y fuerzas
aerotransportadas preferían la luz de la luna.
Por
otra parte la promesa hecha a Stalin se atrasaría, en este caso, quince días
más. Por todo ello se
escogió el 5 de junio.
Se
tenían dos días más, en caso de que las condiciones atmosféricas fueran malas.
La hora
H, momento de iniciarse la invasión, sería las 6.30 en el extremo oeste de la
zona escogida y las 7.30 en el extremo este.
FRENTE A
FRENTE .
Antes
de que los aliados pusieran a Montgomery al frente de las tropas de invasión,
los alemanes-sabiendo que ésta, forzosamente, debía producirse- encargaron al
mariscal Erwin Rommel la defensa de la costa del noroeste de Europa.
Rommel
y Montgomery eran antiguos conocidos en el campo de batalla. Ambos se habían
batido duramente en las ardientes arenas del norte de África, en Alamein, y el
militar había sido derrotado por el inglés.
Ahora
el destino volvía a ponerlos frente a frente en las heladas aguas del Canal de
la Mancha.
La
propaganda alemana había hablado de la “muralla atlántica”, formada por una
cadena de defensa inexpugnables a lo largo de la costa. La Confianza de Hitler
era total. Contrariamente a la mayor parte de sus generales, creía en la
eficacia de esta nueva “línea Maginot” destinada, esta vez , a impedir a los
ejércitos de invasión poner pie en el continente.
UN MURO DE
PAPEL .
Pero
Rommel se encontró con que la famosa muralla era, en realidad, poco más que
propaganda. Se había exagerado mucho para evitar que británicos y
norteamericanos intentaran un ataque aéreo y para animar a los alemanes.
De
hecho nunca había sido considerada como de importancia capital por la defensa
alemana. Se había llevado material destinado a su construcción a otros lugares
en apariencia más necesitados. En muchos sectores su construcción era
negligente, pues los mandos alemanes consideraban su destino a Francia como
unas vacaciones de sus actividades en el frente ruso.
Más
Rommel era un hombre de una energía extraordinaria, y se puso a fortificar a marchas forzadas a fin de
conseguir el fracaso de la invasión que sabía, se preparaba en Inglaterra. Su
labor, sim embargo, se vio frenada por la escasez de material y por la discrepancia
de opinión del Alto Mando nazi.
Rommel
pensaba que la invasión debía pararse en el mar o en la costa. El mariscal Gerd von Rundstedt, su inmediato superior, lo
creía imposible y confiaba más en las reservas, que intentaba conservar
intactas hasta que se evidenciaran las intenciones del invasor.
Los
alemanes habían deducido que la invasión se efectuaría (tal como lo habían
pensado los aliados) por Calais o por Normandía; pero no sabían con certeza por
cuál de esos puntos se produciría. El Alto Mando nazi pensaba que sería por
Calais. Rommel, que por Normandía.
UN ENGAÑO
EXITOSO .
Estas
desavenencias dentro del Alto Mando alemán provenían en parte del engaño de los
aliados , que habiéndose decidido por Normandía, estaban haciendo cuanto podían
para persuadir al enemigo de que se atacaría por Calais.
Mientras
el ejército y la flota se estaban concentrando en el suroeste de Inglaterra, en
el sudeste se levantaban falsos campamentos y se concentraban flotas simuladas.
Por
radio se fingía la actividad de todo un ejército en Kent, a cuyo frente se
puso, con gran publicidad al general George S. Patton.
Por
otra parte se efectuaban más vuelos de
reconocimiento y más ataques preliminares
en Calais que en Normandía.
Barcos
falsos y aviones simulados, que el radar aumentaba considerablemente, se
dirigían a Calais. El contraespionaje británico se había encargado también de
infiltrar esas ideas erróneas entre los mandos alemanes.
Después
de la guerra se encontraron en los archivos germanos 250 informes prediciendo
el lugar y fecha de la invasión. Todos eran erróneos, menos uno.
El
engaño fue tan perfecto que von Rundstedt, por ejemplo, semanas después del desembarco
todavía creía que se trataba de una maniobra fingida y que la ofensiva
principal llegaría por Calais.
EL PLAN EISENHOWER .
El plan
de ataque de Eisenhower cubría unos cien kilómetros, desde el río Dives cerca
de Caen, hasta el este de la península de Cherburgo. Durante la noche, se
lanzarían sobre los dos extremos importantes contingentes de paracaidistas y
fuerzas aerotransportadas: sobre el oeste los norteamericanos y sobre el este
los británicos, para proteger los flancos de las tropas de desembarco.
Al
despuntar el alba, los buques y la aviación bombardearían la costa. Al cesar
el bombardeo, la tropa desembarcaría en
cinco tramos distintos. También aquí las fuerzas norteamericanas tenían que colocarse al oeste y las británicas
al este. Los primeros tenían señalados los dos sectores de la playa que hay a
los lados del estuario del río Vire, señalados en clave con los nombres de Utah
y Omaha. Las otras tres playas conocidas como Gold, Juno y Sword, estaban
destinadas a los británicos.
Sin embargo
en Juno desembarcarían principalmente tropas canadienses.
El
proyecto era gigantesco. La flota, de 5.333 unidades, era la mayor que hasta
entonces se había formado. Lo mismo se podía decir de las fuerzas aéreas, con
un contingente cercano a los 10.000 aparatos.
Jamás se había proyectado cosa parecida.
El
bombardeo que debería realizarse momentos antes de la invasión era el mayor, el
más pesado y concentrado de los proyectados hasta la fecha.
Los
cálculos realizados, los más complicados.
Para
solucionar los nuevos problemas que planteaba el proyecto se inventaron puertos
artificiales, tanques flotantes,etc. Las órdenes navales llegaron a tener un
grosor de ocho centímetros. Jamás se había escrito un mamotreto más indigesto.
La
tropa y la marinería sólo podía comprender vagamente lo gigantesco del
proyecto. Nadie podía abarcar de un solo golpe de vista cinco mil buques y diez
mil aviones. Ni siquiera el Alto Mando aliado era capaz de calibrar
directamente la inmensidad de la empresa. Todo estaba previsto……menos el tiempo
atmosférico .
LA
POSTERGACIÓN .
El Día D era en principio el 5 de junio. Pero para desembarcar en esa
fecha, algunas unidades debían zarpar el
viernes 2. Los hombres y el material tenían que salir de los campamentos y
embarcar el mismo día. Todavía el 3 de junio podía aplazarse todo por 24 horas.
Pero el alba del 4 ya era tarde, porque los barcos que irían a la cabeza ya
estarían demasiado lejos para volver. Era necesario contar con una previsión
atmosférica anticipada de 48 horas, y se reunió un comité de meteorólogos para
facilitar el parte, el más importante,
sin dudas de cuantos se han hecho.
Todos
los partes de mayo habían sido acertados. Pero de repente, el 1 de junio, el
tiempo empeoró: cielo cubierto, nuboso, gris.
El día 2
los meteorólogos advirtieron que por el Atlántico se acercaba un complicado
sistema de tres depresiones.
El
parte del día 3 anunciaba para los días 5,6 y 7 de junio que eran precisamente
los únicos días disponibles a causa de la marea, vientos altos, nubes bajas y
poca visibilidad.
Este
parte, con todo el horrendo problema que encerraba, llegó el 3 de junio a las
9.30 horas donde Eisenhower conferenciaba con el Alto Mando aliado.
Los
primeros barcos ya habían zarpado. Decenas de miles de hombres estaban incómodamente
encerrados en los transportes y barcazas. Los campamentos estaban llenos en la
retaguardia. La inmensa máquina se había puesto en marcha. Ahora había que
seguir o pararla durante 24 horas. Ambas alternativas podían acarrear un
desastre.
¿Qué hacer?
“O.K.,
ADELANTE “.
El
comando aliado había programado todo, pero existía un elemento que escaba a su
control: el tiempo atmosférico. Y éste casi lo obliga a postergar la operación .
Por el
parte meteorológico y el criterio de los comandantes en jefe, la tarde del
sábado 3 de junio parecía que la operación tendría que aplazarse.
Según
estaba previsto, todo podía postergarse 24 horas. Pero Eisenhower estaba
convencido de que aplazar la operación supondría un golpe duro, cruel, en la
moral y condiciones físicas de la tropa que ya estaba navegando.
Por
otra parte , cualquier demora aumentaría
el riesgo de que se les descubriera. El día terminó sin una decisión y
Eisenhower citó para otra reunión al día siguiente.
El
domingo 4, a las 4.30 de la mañana, el Alto Mando volvió a reunirse para enterarse de la evolución del tiempo. Las previsiones atmosféricas seguían siendo
malas, aunque de momento, el tiempo continuara bueno.
Eisenhower
ordenó que los buques que constituían el grueso de la fuerza postergaran su
salida 24 horas y que regresaran los que
habían zarpado. Pero la prórroga no resolvió el problema y el domingo en la
noche Eisenhower se encontró de nuevo ante el terrible dilema, más difícil
todavía: el tiempo era ahora decididamente malo e imposibilitaba la acción.
Pero los partes predecían que
posiblemente el martes por la mañana mejoraría. No quedaba más remedio
que intentar la acción el martes , día 6, con el clima que fuera, o
prorrogar la acción 15 días más, hasta
que las mareas coincidieran de nuevo con el horario previsto.
Tampoco
ahora se decidió Eisenhower.
Lo haría al día siguiente, de madrugada. A las 4 de la madrugada del lunes dio la orden: “O:K., adelante “.
Dada la
orden de ejecución, despegados los aviones y zarpados los buques, el Alto Mando
no tenía más que hacer por el momento.
Por
falta de medios y de tiempo, el ejército aliado no pudo enviar a Inglaterra
informes completos de lo que se estaba haciendo. Así se explica que el mismo
Eisenhower, que estaba entonces en su cuartel general, no supiera, hasta mucho
después de terminada la primera fase, cuál había sido el resultado de su
decisión.
En el
momento de comenzar la ofensiva, el Comandante Supremo, según cuenta su
Ayudante de Campo, estaba en cama leyendo un cuento de cowboys. Era sin duda lo
mejor que podía hacer entonces.
EN LA HORA
DECISIVA .
Un vez
recibida la orden, sobre el Canal de la Mancha la noche comenzó a retumbar con el rugir de los
aviones: se había puesto en marcha la invasión a la Europa de Hitler y las
fuerzas aliadas sólo tenían una consigna : ¡adelante!.
A la
cabeza iban los exploradores encargados de
iluminar las zonas de aterrizaje para los paracaidistas y la infantería
de aviación, llevada en planeadores.
Detrás
venían, en interminables formaciones, los imponentes ejércitos aliados
transportados por el aire.
Abajo,
en el mar, surcaban las oscuras aguas cinco grande convoyes que constituían el
grueso de las fuerzas aliadas de
invasión: más de 5 mil embarcaciones atestadas de cañones, tanques,
semitractores y soldados mareados pero resueltos. Se dirigían a Sword, June ,
Gold, Utah y Omaha, las cinco playas sobre las costas de Normandía que les
habían sido asignadas.
Los
alemanes habían sembrado las playas de invasión con una maraña de obstáculos
submarinos, a fin de empalar y echar a pique los botes de desembarco.
En la
arena se escondían cinco millones de minas para destruir tanques y tropas.
Detrás
, en los peñascos que dominaban las playas,
en bloques y trincheras y fortines de hormigón, las fuerzas de Rommel apuntaban
las ametralladoras y cañones de modo de batir los diversos sectores con fuego
cruzado.
El
tiempo de espera había concluido….Había llegado el tiempo de la acción.
DESCONCIERTO ALEMÁN
.
Tras la “muralla del Atlántico”, las tropas
nazis percibieron inicialmente la invasión como algo difuso a lo que no se podía atribuir
ningún sentido concreto.
Vagos
rumores e informes confusos llegaban a los diferentes puestos del Séptimo
Ejército alemán en Normandía; rumores que los oficiales trataban de evaluar. Pero no
había mucho sobre qué fundarse: figuras borrosas vistas por ahí, tiros de fusil
hechos por acá, un paracaídas colgado de un árbol encontrado más allá……muchos
indicios, pero ¿de qué? ¿Cuántos hombres habrían aterrizado….. dos…..
doscientos? ¿Serían acaso tripulantes de los bombarderos aliados alcanzados por
la artillería antiaérea que se habían
visto obligados a saltar? ¿O sería una serie de ataques de la Resistencia francesa? Nadie lo sabía y, con tan escasa
información, nadie en el
Séptimo Ejército ni en el Decimoquinto, en la zona de Calais, se atrevía a dar
una voz de alarma que más tarde pudiese
resultar infundada. Y, en esta incertidumbre, pasaban los
minutos.
Aunque
los alemanes no lo comprendiesen, la
presencia de paracaidistas en la península de Cherburgo significaba que el Día
D había comenzado. Eran los primeros exploradores: 120 hombres especialmente
adiestrados, cuya misión consistía en señalar “zonas de descenso” en una
superficie de 130 kilómetros cuadrados detrás dela playa Utah, donde pudiera
aterrizar el grueso de las tropas de asalto norteamericanas que llegarían una
hora más tarde en paracaídas y planeadores. “Cuando pisen el suelo de
Normandía- se les había advertido- sólo tendrán un amigo: Dios”.
A 80
kilómetros de allí, al extremo oriental del campo de batalla de Normandía, seis
aviones ingleses cargados de exploradores, y seis bombarderos de la Real Fuerza
Aérea remolcando planeadores, penetraron
sobre la costa.
El
cielo estallaba en mortífero fuego antiaéreo y los invasores iban cayendo
iluminados por fantásticos candelabros de luces de bengala. Dos de ellos lo
hicieron en el prado frente a la casa que servía de centro de operaciones al
general alemán Josef Reichert. Este jugaba cartas cuando los aviones cruzaron
atronando el espacio y salió
preocupadamente al exterior, en compañía de otros oficiales, en el momento en
que los dos ingleses tocaban tierra. El jefe nazi sólo atinó a decir.
¿De
dónde salen ustedes?
A lo
cual respondió uno de los ingleses:
Lo
siento mi querido amigo. Hemos aterrizado aquí de pura casualidad
Pero el
enemigo más siniestro en esos primeros minutos del Día D no fue el hombre, sino
lo que éste había hecho con la naturaleza.
En la zona
británica,
en la punta oriental del campo de batalla de Normandía, las precauciones
tomadas por Rommel contra los paracaidistas surtían su efecto: había hecho
inundar el valle del río Dives y las lagunas y pantanos que allí se formaron se
convirtieron en constantes amenazas de
muerte. El número de víctimas que se tragaron aquellas charcas nunca se sabrá.
Las ciénagas estaban cruzadas por un laberinto de zanjas de dos metros de
profundidad y de 1.20 metros de ancho, cuyo fondo era una trampa de cieno.
Quien caía en una de ellas, con el impedimento del fusil y del pesado equipo,
era hombre muerto. Muchos se ahogaron teniendo la tierra a pocos metros.
Cerca
de la una de la madrugada del día 6,
sobre el sector de la costa de Normandía bautizado como Omaha comenzaron a pasar los aviones
aliados en formación, oleada tras oleada era la vanguardia de la mayor invasión
aérea jamás intentada…….. 882 aparatos que transportaban a 13.000 hombres. Con
destino a seis zonas de descenso situadas tras la retaguardia alemana.
Los
paracaidistas saltaban de sus naves luchando contra la adversidad de las
circunstancias. Sus dos divisiones (la 82 y 101) se habían desparramado
peligrosamente. Sólo un regimiento aterrizó con toda precisión. Habían perdido
el 60 por ciento del equipo, incluso la mayoría de las radios, los morteros,
las municiones.
Peor
aún: muchos soldados se habían perdido.
Muchos otros perecieron ahogados en los traicioneros pantanos, arrastrados por
el peso del equipo, algunos en 50 centímetros de agua.. Otros que saltaron
demasiado tarde, cayeron al mar.
En la
oscuridad, los norteamericanos se fueron reuniendo en distintos sitios,
atraídos por el castañeo de las chicharras de lata que llevaban consigo.
Gracias a estos juguetes saldrían de allí con vida. Un chasquido debía ser
contestado con dos, y dos con uno. Al oír estas señales, los soldados iban
saliendo de sus escondrijos para encontrarse con sus compañeros.
Aquellos
momentos fueron de confusión para todos……., especialmente para los generales
que se encontraron sin estado mayor, sin comunicaciones y sin tropas. Uno de
ellos se vio rodeado de varios oficiales, pero con sólo tres soldados. “Jamás
tan pocos han sido mandados por tantos”, les dijo.
EL ENEMIGO
NO REACCIONA .
Con todo, los alemanes seguían ciegos. Había
muchas razones para ello: el mal tiempo; la falta de tropas de reconocimiento( los pocos
aviones de reconocimiento que despacharon a reconocer los embarcaderos ingleses
habían sido derribados); su firme convicción de que la invasión, en caso de
haberla, se efectuaría por el paso de
Calais, el puerto francés más próximo a Gran Bretaña. Hasta sus estaciones de
radar les fallaron aquella noche, pues los aviones aliados lograron
trastornarlas arrojando sobre sus antenas una lluvia de tiras de estaño.
Solamente
una estación dio un informe aquel día y decía: “Tráfico normal en el canal”.
Más de
dos horas habían transcurrido desde que aterrizaran los primeros paracaidistas
y apenas comenzaban a darse cuenta los jefes alemanes de que algo extraño
estaba pasando: empezaban a recibir
informes dispersos.
En el cuartel de Rommel llegaban y se amontonaban los antecedentes
venidos de todas partes , algunos
inexactos , otros incompletos, otros contradictorios .
La Luftwaffe,
Fuerza Aérea Alemana, anunció la presencia de paracaidistas cerca de la
ciudad normanda de Bayeux . En realidad
ninguno había aterrizado allí. Otros informes aseguraban que las tropas de
invasión aérea no eran más que “maniquíes disfrazados de paracaidistas”.
Esta
última observación era en parte acertada, porque al sur de la zona de invasión de Normandía los
aliados habían lanzado en paracaídas centenares de muñecos de goma que llevaban
atados ristras de petardos que estallaban apenas tocaban el suelo dando la
impresión de un enfrentamiento con armas de fuego. Unos cuantos de estos muñecos iban a producir
un gran efecto en el curso de la batalla en la playa OMAHA, que se
desarrollaría más tarde. Harían creer a un general alemán que lo atacaban por
la retaguardia y lo obligarían a enviar parte de las tropas, que le hacían
falta en el frente, a repeler el fingido ataque por el sur.
En el
cuartel de Rommel la gente se devanaba los sesos por entender qué significaba
ese sarpullido de puntitos rojos que iban brotando en sus mapas. Si en verdad
se trataba de una invasión , ¿ se dirigía contra Normandía? ¿No serían esos
ataques simples amagos para distraer la atención del sitio en que realmente iba a efectuarse?
Pero mientras los alemanes se debatían en la
duda, ya habían llegado los primeros refuerzos de las tropas de invasión.
ENTRE EL
VALOR Y EL TEMOR
.
Ya se
acercaba la aurora, el amanecer que habían estado preparando 18.000
paracaidistas. En menos de cinco horas , éstos
lograron quizás más de lo que el general Eisenhower y la plana mayor
aliada esperaban: los ejércitos transportados por aire habían desconcertado al
enemigo, trastornando sus comunicaciones y ocupaban flancos de invasión de
Normandía, bloqueando parte los refuerzos que pudieran llegarle.
Ahora
aguardaban la llegada de los barcos para emprender con las fuerzas que venían
la acometida conjunta contra la Europa de Hitler.
Todos
aguardaban este amanecer, pero nadie tan
ansiosamente como los alemanes, porque ya habían comenzado a aclararse el
tumulto de mensajes que llegaba a los cuarteles generales de Rommel y von
Rundstedt, con un colorido nuevo y tenebroso.
A lo
largo de la costa de invasión, las estaciones navales descubrían ruidos de
barcos: no uno, o dos, como antes, sino centenares. Por más de una hora, sus
comunicados continuaban llegando , siempre en aumento.
La verdad
se les presentó de improviso con toda su aplastante magnitud: un oficial alemán
realizaba sus observaciones de rutina desde su puesto de vigilancia en la playa
OMAHA. Con ademán de fastidio enfocó el
anteojo hacia la izquierda y poco a poco fue recorriendo con la vista la línea
del horizonte. Al llegar al centro de la bahía, paró bruscamente como
petrificado.
A
través de la neblina que se dispersaba alcanzó a ver que , del confín donde se
juntan el cielo y el agua, surgían como por encanto infinidad de barcos: barcos
de todos los tipos y tamaños imaginables, barcos que maniobraban
tranquilamente, hacia adelante y hacia atrás, como si hubieran estado allí
horas enteras. Eran millares, era una armada fantasma que brotaba como al
conjuro de un encantamiento.
Pero
los cientos de barcos eran reales. En las horas siguientes, desde sus entrañas
comenzaron a surgir por miles los soldados ingleses, americanos , canadienses,
neozelandeses, franceses, hacia la cabeza de playa que , de acuerdo a los
planes del Alto Mando aliado, les correspondía ocupar.
Los
aliados habían logrado establecer una
posición en el continente, precaria en un comienzo, pero que se haría más
fuerte con el correr de los días. Ese punto de partida fue el que permitió a
Eisenhower entregar su escueto parte:
“Fuerzas
navales aliadas, apoyadas por fuertes contingentes aéreos, han comenzado esta mañana a desembarcar tropas en la costa
francesa, bajo el mando del general Eisenhower”.
A las 10.15 horas de ese mismo día sonó el teléfono en la casa del mariscal de
campo Erwin Rommel, en Herrlingen (Alemania). Lo llamaba el general Hans
Speidel, jefe de su estado mayor, con el objeto de darle el primer informe
completo acerca de la invasión. Rommel lo escuchó consternado.
No se
trataba ya de una incursión cualquiera. Había llegado el tan esperado día.
Aquel que, según él, sería “el más largo de la historia”. Para Rommel, hombre práctico,
era claro que, aunque la lucha continuara por varios meses más, el juego se
había perdido. El “día más largo”, que apenas empezaba, llegaba ya a su fin,
y…. por una ironía del destino, el gran estratega alemán se hallaba al margen
de la batalla en que se estaba decidiendo la guerra.
Así que
Speidel terminó de informarle , todo
cuanto Rommel pudo decir fue: “¡Qué estúpido he sido! ¡Qué estúpido soy!
Fuente:
Diario La Tercera: Suplemento“Grandes EPISODIOS de la Historia: “El día D
Desembarco en Normandía”. Santiago de Chile, s/f, pp 46
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