HISTORIA
ANTIGUA. DOCUMENTO nº10 : DISCURSO DE
PERICLES EN HONOR A LOS MUERTOS
Tucídides,
historiador griego del siglo V a.C., escribe en su obra “Historia de la
Guerra del Peloponeso”, el discurso que Pericles gobernante ateniense
pronunciara en honor a los muertos en la Guerra sostenida entre
atenienses y espartanos.
Esta oración
fúnebre se ha convertido en un documento clásico que permite conocer y
apreciar el concepto de democracia y el ideal de hombre, específicamente de
ciudadano para los atenienses del siglo de Pericles.
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“Nuestra
constitución política no sigue las leyes de las otras ciudades, sino que da
leyes y ejemplo a los demás . Nuestro gobierno se llama democracia, porque la administración sirve
los intereses de la masa y no de una minoría.
De
acuerdo con nuestras leyes, todos somos iguales en lo que se refiere a nuestras
diferencias particulares. Pero en lo relativo a la participación en la vida
pública, cada cual obtiene la consideración de acuerdo a sus méritos y es más
importante el valor personal que la clase a que pertenece; es decir, nadie siente el obstáculo de su pobreza o
inferior condición social, cuando su
valía le capacita para prestar servicios a la ciudad.
Nosotros,
pues, en lo que corresponde a la república gobernamos libremente y, asimismo,
en las relaciones y tratos que tenemos
diariamente con nuestros aliados y vecinos , sin irritarnos porque obren a su
manera, ni considerar como humillación
sus goces y alegrías, que a pesar de no producirnos daños materiales, nos
ocasionan pesar y tristeza, aunque siempre tratamos de disimularlo.
Al
tiempo que no existe el recelo en nuestras relaciones particulares, nos domina
el temor a infringir las leyes de la república, sobre todo obedecemos a los
magistrados y a las leyes que defienden
a los oprimidos y, aunque no estén dictadas , a todas aquellas que
atraen sobre quien las viola un
desprecio universal.
Y,
además, para mitigar el trabajo, hemos procurado muchos recreos al alma; hemos
instituido juegos y fiestas que se suceden cada año; y hermosas diversiones
particulares que a diario nos procuran deleite y disminuyen la tristeza. La
grandeza e importancia de nuestra ciudad
atrae los frutos de otras tierras, de modo que no sólo disfrutamos de nuestros
productos, sino de los que nacen en el universo entero.
Y
efectivamente preferimos el reposo y el sosiego cuando no estamos obligados por
necesidad al ejercicio de trabajos
penosos y también el ejercicio de las buenas costumbres a vivir siempre con el
temor de las leyes de forma que no nos exponemos al peligro cuando podemos vivir tranquilos y
seguros, prefiriendo la fuerza de la ley al ardor de la valentía.
Tenemos
la ventaja de no preocuparnos de las contrariedades futuras. Cuando
llegan, estamos en disposición de
sufrirlas con un buen temple como los que siempre han estado acostumbrados a
ellas. Por estas razones y otras más aún
nuestra ciudad es digna de admiración.
Al mismo tiempo que amamos simplemente la belleza, tenemos una fuerte
predilección por el estudio.
Usamos
la riqueza para la acción, más que como
motivo de orgullo, y no nos importa confesar la pobreza, sólo consideramos
vergonzoso no tratar de evitarla.
Por
otra parte, todos nos preocupamos de igual modo de los asuntos privados y
públicos de la república que se refieren al bien común o privado y gentes de
diferentes oficios se preocupan también de las cosas públicas. Sólo nosotros
juzgamos inútil y negligente al que no se cuida de la república.
Decidimos
por nosotros mismos todos los asuntos de los que antes nos hemos hecho un
estudio exacto: para nosotros, la palabra no impide la acción, lo que la impide
es no informarse antes detenidamente de ponerla en ejecución.
Por
esto nos distinguimos, porque sabemos emprender las cosas aunando la audacia y
la reflexión más que ningún otro pueblo. Los demás , algunas veces por
ignorancia, son más osados de lo que requiere la razón, y otras por querer
fundarlo todo en razones, son lentos en la ejecución.
Sería justo tener por valerosos aquellos que,
aún conociendo exactamente las dificultades y ventajas de la vida, no
rehúyen el peligro.
En lo
que se refiere a la generosidad, también somos muy distintos a los demás,
porque procuramos adquirir amigos
dispensándoles beneficios antes recibiéndolos de ellos, pues el que hace un
favor al otro está en mejor condición que quién lo recibe para conservar su
amistad y benevolencia, mientras que el favorecido sabe que ha de devolver el
favor, no como si hiciera un beneficio, sino en pago de una deuda.
También
somos los únicos en usar la magnificencia y liberalidad con nuestros amigos y no tanto por cálculo de la
conveniencia como por la confianza que da la libertad.
En una
palabra afirmo que nuestra ciudad es, en conjunto, la escuela de Grecia, y creo
que los ciudadanos son capaces de conseguir una completa personalidad para
administrar y dirigir perfectamente a otras gentes en cualquier aspecto. Y todo
esto no es una exageración retórica dictada por las circunstancias, sino la
misma verdad, la potencia que estas cualidades nos han conquistado os lo
demuestran claramente.
Atenas
es la única ciudad del mundo que posee más fama que todas las demás. Es la
única que no da motivos de rencor a sus enemigos por los daños que les inflige,
ni desprecio a sus súbditos por la indignidad de sus gobernantes.
Esta
potencia la demuestran importantes
testigos y de una manera definitiva para nosotros y para nuestros
descendientes. Ellos nos tendrán en gran admiración sin que tengamos necesidad
de los elogios de un Homero, ni de ningún otro, para adornar nuestros hechos
con elogios poéticos capaces de seducir únicamente , pero cuya ficción
contradice la realidad de las cosas.
Sabido
es que gracias a nuestro esfuerzo y osadía hemos conseguido que la tierra y el
mar por entero sean accesibles a nuestra audacia, dejando en todas partes
monumentos eternos de las derrotas infligidas a nuestros enemigos y de nuestras
victorias.
Fuente:
De la Jara, Fernando; Duchens, Nancy; Frei R.T; Irene: “Antología de Documentos
de Historia Universal”. Material para el profesor. CPEIP. Lo Barnechea, Santiago de Chile, abril
de 1991, pp 17-18
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