Foto del libro “Puerto Varas, 131 años de Historia, 1852-1983”, pp 36
DOCUMENTO DEL LIBRO "RECUERDOS DEL PASADO" DE VICENTE PÉREZ ROSALES.
Número de colonos que llegan entre 1852 y 1869.
……..Hemos indicado a la ligera el estado de
adelanto de la Colonia cuyo progreso sería aún más de notar si para utilizar
los recursos de su territorio hubiesen podido aunarse desde el principio los
esfuerzos de los emigrados que han ido llegando paulatinamente a ella. Las
adjuntas fechas indican su lenta marcha:
1852
|
212
|
1853
|
51
|
1854
|
35
|
1855
|
-
|
1856
|
460
|
1857
|
180
|
1858
|
9
|
1859
|
11
|
1860
|
93
|
1861
|
11
|
1862
|
32
|
1863
|
12
|
1864
|
155
|
1865
|
-
|
1866
|
36
|
1867
|
-
|
1868
|
-
|
1869
|
7
|
Pobre
total de inmigrados de todas edades y sexos. Diecisiete años para colectar un
número de inmigrados inferior al que se recibe muchas veces en un solo día en
los puertos norteamericanos.
Entristece el recorrer la anterior lista,
viendo cuán espacio, cuán de mala gana y
cuántas interrupciones llega a fecundizar nuestros desiertos ese riego de
población y de riqueza que tantos
prodigios obra en todas partes, y que, como no debemos cansarnos de repetirlo,
es el único medio que en nuestro actual estado puede elevarnos pronto a una
envidiable altura entre las naciones civilizadas.
Si desease patentizar más las ventajas de
hacer sacrificios por acrecer cuanto más posible fuese el número de tan
importantes huéspedes , no tendríamos
más que apartar un momento la vista de la colonia de Llanquihue y fijarla en
Valdivia.
Muy pocos inmigrados quedaron en esa apartada
provincia cuando la desmembración de la Colonia hacia los despoblados de
Llanquihue. Esos pocos industriosos extranjeros apenas lograron asentar su
residencia cuando crearon los primeros cimientos de las distintas industrias
que hoy ostenta con justo orgullo el pueblo de Valdivia.
Censo .
Dos años después de fundada la Colonia se
levantó un prolijo censo de los habitantes , así nacionales como extranjeros,
que se encontraban en el territorio de colonización, y resultó alcanzar el
número de chilenos a 3.579 y el de
emigrados a sólo 247. Entre los
primeros, 872 personas sabían unos leer y otros leer y escribir, lo que dio por
resultado que uno sabía leer o escribir por cada 4,10, que ni siquiera sabían
leer.
Entre los segundos, esto es, entre los alemanes, sobre 247
individuos, 181 leían y escribían, o, lo que es lo mismo, leían y
escribían cuantos tenían edad para ello, como se demuestra en el cálculo
siguiente :
181
|
Leían y escribían
|
45
|
De edad de meses a cinco años
|
20
|
De cinco a diez años, ya en la escuela
|
1
|
Mujer no leía
|
247
|
Es el total
|
Afición a la lectura por los colonos .
Tampoco aprende a leer y escribir el alemán para no volverse a acordar más que
sabe lo uno y lo otro. He aquí las propias palabras del señor Errázuriz,
Ministro de Justicia, en su Memoria del 14 de agosto de 1865, al hablar de la
afición a la lectura del colono:
“A la Biblioteca Nacional concurren diariamente en Santiago de
20 a 23 individuos, habiendo en el año de 8.000 a 10.000 lectores….., ya he
dicho que en los tres primeros trimestres
del año 1854 hubo, en la biblioteca de Puerto Montt, una concurrencia de
2.123 lectores, a pesar de comprenderse en dicho período el tiempo que durante
las vacaciones estuvo cerrado el
establecimiento”.
Comparemos a la ligera. La opulenta Santiago,
con su población de 100.000 almas, con sus escogidos establecimientos de
educación, sus estímulos y la muy rica biblioteca de que dispone, da por
resultado de 8 a 10.000 lectores en todo un año; Puerto Montt, con 2.500 habitantes , en harto
menos de nueve meses presenta en su modesta biblioteca 2.123 lectores.
Escuelas .
En las escuelas , junto con el silabario, se
pone en manos del niño una cartilla de música. El canto desde la más tierna
infancia, crea en ellos el espíritu de unión y la necesidad de sociabilidad que
admiramos en la raza alemana en cuantas partes del mundo examinamos.
Moralidad
del colono .
Si no estuviese en la conciencia de todos la
moralidad del colono del sur, bastaría
una sola mirada sobre la estadística del crimen para convencerse de ella. Pero
ya, por fortuna, el fanatismo y su inseparable compañera, la ignorancia, se han
dado por convictos, ya que no por
confesos, no sólo de que hay mucha moralidad en el inmigrado, sino que
en caso de tener que buscar en otra parte semejante virtud, no debería perderse
el tiempo en buscarla entre sus injustos detractores.
Por fortuna, ya concluyó aquel tiempo no
lejano en que decanos de facultades universitarias ensayaban sus fuerzas contra
la colonia gritando en plena sala y transmitiendo enseguida sus torpes alaridos
al Gobierno: “ “Que los inmigrados eran todos francmasones, que el día de San
Juan celebraban orgías en las iglesias , donde prostituían a todas las indias
vestidas a la europea”, y otra
encarillada de atropellados disparates por el estilo.
Los
juzgados de Valdivia y Llanquihue sólo tienen hasta ahora motivos de
congratularse cuando se trata de la conducta del inmigrado; y yo, por mi parte, para no parecer prolijo, cito un solo ejemplo
del religioso respeto que tributan todos a la propiedad ajena. En todos los pueblos chicos y grandes de la república
se pone reja de fierro en las ventanas que dan a la calle cuando se requiere vivir en tranquilidad. En
Puerto Montt y en las casas de sus predios rústicos, por apartadas y solitarias que estén, la reja es un
complemento innecesario.
A
pesar de ser las ventanas alemanas un
conjunto de adornos de flores y de aquellas bonitas
inutilidades que tanto halagan el corazón de la mujer, no se cuentan robos , pues basta el grueso de
un delgado vidrio para contenerlos.
Esto mismo
prueba ya el influjo del contacto extranjero
con los nacionales hijos de las selvas y del desgreño, en cuyas
costumbres tenía echadas tan hondas raíces el espíritu de ratería. La mayor parte de los vecinos de Puerto Montt son chilenos, como lo
son también los jornaleros y los sirvientes que residen temporalmente en él. El influjo del ejemplo ha conseguido
desterrar ya casi del todo este vicio de aquellas gentes.
Pocos, muy pocos, sin duda , los actuales inmigrados,
para que podamos exigir de ellos mucho; sin embargo, estos pocos misioneros de
la industria y del trabajo están
operando con sólo su ejemplo y su contacto tal cambio en los hábitos y
costumbres de los chilenos circunvecinos, que saltan a la vista de los más
empecinados enemigos de la Colonia.
Descripción
del hogar de los chilenos en el territorio de Llanquihue .
¿Qué eran,
en efecto, los hijos del país en aquellos, para muchos, ignorados
lugares, antes que el elemento extranjero comenzase a morigerar sus costumbres?
El forzoso aislamiento en que vivían, repartidos en las cejas de los bosques de
las solitarias caletas del seno de Reloncaví, ni siquiera les daba a sospechar
las ventajas de la vida social. La abundancia de las substancias alimenticias,
la carencia absoluta de estímulos y de aquellas necesidades cuya satisfacción
constituye el bienestar del hombre en los lugares civilizados, les habían
familiarizado con el ocio, con el vicio y con sus asquerosas consecuencias.
Espanto causaba el estado de abyección en que
yacían sumidas las pocas familias, casi
perdidas en el aislamiento que existían en aquellos lugares antes que el
bullicio y la actividad del inmigrado
llegasen a turbar la modorra que las consumía. Constaba, en general, la choza
de cada familia de un solo rancho, hollinado y sucio, en cuyo centro, a ras de suelo figuraba el hogar.
Cuando el acaso había hecho brotar algunas
manzanas silvestres en las inmediaciones, entonces al antiguo rancho, que, como se ve, era
cocina, comedor y dormitorio al mismo tiempo, se agregaba otro, donde al lado
de algunos barriles se veían maderos ahuecados para machacar la manzana y hacer
chicha.
A espaldas de estas habitaciones se
encontraba siempre un pequeño retazo de terreno en estado de cultivo, en el
cual palos endurecidos al fuego y
manejados siempre por la mujer servían de azada y de reja para sembrar papas y
habas, únicas legumbres que llamaban la atención entonces. Contado era el dueño
que se dedicaba a sembrar trigo.
En la puerta del rancho mirando a la marina,
se observaban corralitos de piedra y rama, a medio sumergir, para que en las
altas mareas quedase cautivo en ellos el
pescado que el ocaso conducía a esos lugares. Este alimento y los inagotables bancos de toda clase de exquisitos mariscos
que dejan a descubierto las aguas vivas eran, junto con las papas y las habas,
la provista despensa que los sustentaba.
Curanto
Hasta el modo de preparar esos manjares era
puramente indio, de los tiempos de la Conquista. En un agujero practicado en el
suelo y lleno de piedras caldeadas, allí mismo por fuego se apilaban el
marisco, el pescado, la carne (si la había), el queso, y las papas y, sin más espera, tapado aquello
con monstruosas hojas de pangue, lo acababan de cubrir con adobes de champas y
tierra, para impedir el escape de vapor
.
Un cuarto de hora después se veía a toda la
familia, con su acompañamiento obligado
de perros y cerdos, rodear aquel humeante cuerno de abundancia, en el cual cada
uno por su parte, metía la mano,
soplándose los dedos hasta saciarse.
Llegada la noche, padre, madre, hermanos,
alojados, perros y cerdos, formaban un grupo compacto al amor del fuego del
hogar y a raíz del suelo dormían hasta el día siguiente, en el que se repetían
los actos del anterior.
Trabajo .
Para llenar las escasísimas necesidades del vestido, mate y cigarro, y la muy apremiante de la bebida, concurrían provistos
de sus hachas a los bosques de la costa, y en ellos permanecían el tiempo
estrictamente necesario para pagar una pequeña parte del compromiso que habían contraído con los tenderos de Calbuco, en cambio de las
mercaderías que éstos le participaban.
No había, pues, un solo labrador de madera que no estuviese por mucho tiempo
adeudado, ni comprador sin quebranto, ni grandes deudas por cobrar.
Consignemos, por último , el siguiente hecho:
en aquellos lugares sólo se casaba por la Iglesia aquel que, ya cansado de
estarlo de otro modo, quería legitimar a sus hijos. Bastaba que el novio dijese
a los padres de su querida que él quería tenerla por patrona y que ella declarase que aceptaba
por patrón al pretendiente, para que en el acto se tuviesen por legítimos esposos.
Este era el modo de ser y ésta la cultura del chilote en el seno de Reloncaví,
cuya poca grata descripción acabo de hacer.
Integración de las costumbres del inmigrado en los
chilenos .
¡Cuán distinto es su estado actual! Vencidas
las primeras dificultades que la naturaleza opusiera al
desarrollo del trabajo agrícola y fabril del emigrado, no tardó éste en
presentar a los ojos atónitos del español chilote del sur y a los del huilliche
indígena de Osorno las ventajas y comodidades de la vida social y los bienes
que el trabajo podía esperar de un suelo
rico, que hasta entonces se había contentado con hollar sin conocer lo que
pisaba.
Satisfactorio es repetirlo: el influjo del
ejemplo producido y sigue produciendo en el ánimo de aquellos antiguos
pobladores el favorable efecto que era de esperar, y la Colonia convertida en
un centro de atracción ha ido absorbiendo y aglomerando centenares de familias
que no sólo se placen ya en la vida más comunicativa, sino que tiran a imitar en cuanto pueden a sus huéspedes ,
después de haber estado algún tiempo a su servicio.
Recién se fundó la colonia; eran contados los
hijos del país que por allí se veían, y para los primeros trabajos de
instalación fue preciso enviar embarcaciones por todos lados, y estas apenas
conseguían , con un peso diario de remuneración, atraer algunos pocos
trabajadores a Puerto Montt. Dos años después, el número de chilenos en el
territorio de colonización alemana alcanzó a 3.520 y diez años más tarde, a
6.464. Esto arrojan los censos oficiales, más el censo privado y en extremo
prolijo hecho practicar por el
Intendente Ríos da en la misma época por resultado 11.242 habitantes .
Como quiera que sea, pocos o muchos, se puede asegurar que dado el caso
de que la Colonia desapareciese del lugar donde está, los chilenos vecinos de
ella no podrían vivir sin el ejercicio de los hábitos ya contraídos, ni
mucho menos volver a su primitivo aislamiento………” (Vicente Pérez Rosales, Recuerdos del Pasado)
Fuente: Sanhueza, Gerardo : “Historia y
Geografía de Chile. Tomo 3. Preuniversitario Apuntes. Publicaciones Lo
Castillo, Santiago de Chile 1987, pp 71-76.
Nota de la
Redacción: El título y subtítulos son nuestros
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