sábado, 1 de agosto de 2015

ENCUENTRO DE DOS MUNDOS: LOS COLONOS ALEMANES Y EL CHILOTE EN EL TERRITORIO DE LLANQUIHUE .



                              Foto del libro “Puerto Varas, 131 años de Historia, 1852-1983”, pp 36


DOCUMENTO DEL LIBRO "RECUERDOS DEL PASADO" DE VICENTE PÉREZ ROSALES.  


Número de colonos que llegan entre 1852 y 1869.
……..Hemos indicado a la ligera el estado de adelanto de la Colonia cuyo progreso sería aún más de notar si para utilizar los recursos de su territorio hubiesen podido aunarse desde el principio los esfuerzos de los emigrados que han ido llegando paulatinamente a ella. Las adjuntas fechas indican su lenta marcha:

1852
212
1853
51
1854
35
1855
-
1856
460
1857
180
1858
9
1859
11
1860
93
1861
11
1862
32
1863
12
1864
155
1865
-
1866
36
1867
-
1868
-
1869
7

 Pobre total de inmigrados de todas edades y sexos. Diecisiete años para colectar un número de inmigrados inferior al que se recibe muchas veces en un solo día en los puertos norteamericanos.

Entristece el recorrer la anterior lista, viendo cuán  espacio, cuán de mala gana y cuántas interrupciones llega a fecundizar nuestros desiertos ese riego de población y  de riqueza que tantos prodigios obra en todas partes, y que, como no debemos cansarnos de repetirlo, es el único medio que en nuestro actual estado puede elevarnos pronto a una envidiable altura entre las naciones civilizadas.

Si desease patentizar más las ventajas de hacer sacrificios por acrecer cuanto más posible fuese el número de tan importantes  huéspedes , no tendríamos más que apartar un momento la vista de la colonia de Llanquihue y fijarla en Valdivia.

Muy pocos inmigrados quedaron en esa apartada provincia cuando la desmembración de la Colonia hacia los despoblados de Llanquihue. Esos pocos industriosos extranjeros apenas lograron asentar su residencia cuando crearon los primeros cimientos de las distintas industrias que hoy ostenta con justo orgullo el pueblo de Valdivia.

Censo  .
Dos años después de fundada la Colonia se levantó un prolijo censo de los habitantes , así nacionales como extranjeros, que se encontraban en el territorio de colonización, y resultó alcanzar el número de chilenos  a 3.579 y el de emigrados  a sólo 247. Entre los primeros, 872 personas sabían unos leer y otros leer y escribir, lo que dio por resultado que uno sabía leer o escribir por cada 4,10, que ni siquiera sabían leer.

Entre los segundos, esto es, entre los alemanes, sobre 247 individuos, 181 leían y escribían, o, lo que es lo mismo, leían y escribían cuantos tenían edad para ello, como se demuestra en el cálculo siguiente :

181
Leían y escribían
45
De edad de meses a cinco años
20
De cinco a diez años, ya en la escuela
1
Mujer no leía
247
Es el total


Afición a la lectura por  los colonos .
Tampoco aprende a leer y escribir  el alemán para no volverse a acordar más que sabe lo uno y lo otro. He aquí las propias palabras del señor Errázuriz, Ministro de Justicia, en su Memoria del 14 de agosto de 1865, al hablar de la afición a la lectura del colono:

“A la Biblioteca  Nacional concurren diariamente en Santiago de 20 a 23 individuos, habiendo en el año de 8.000 a 10.000 lectores….., ya he dicho que en los tres primeros trimestres  del año 1854 hubo, en la biblioteca de Puerto Montt, una concurrencia de 2.123 lectores, a pesar de comprenderse en dicho período el tiempo que durante las vacaciones  estuvo cerrado el establecimiento”. 

Comparemos a la ligera. La opulenta Santiago, con su población de 100.000 almas, con sus escogidos establecimientos de educación, sus estímulos y la muy rica biblioteca de que dispone, da por resultado de 8 a 10.000 lectores en todo un año;  Puerto Montt, con 2.500 habitantes , en harto menos de nueve meses presenta en su modesta biblioteca 2.123 lectores.

Escuelas .
En las escuelas , junto con el silabario, se pone en manos del niño una cartilla de música. El canto desde la más tierna infancia, crea en ellos el espíritu de unión y la necesidad de sociabilidad que admiramos en la raza alemana en cuantas partes del mundo examinamos.

Moralidad del colono .
Si no estuviese en la conciencia de todos la moralidad del colono del  sur, bastaría una sola mirada sobre la estadística del crimen para convencerse de ella. Pero ya, por fortuna, el fanatismo y su inseparable compañera, la ignorancia, se han dado por convictos, ya que no por  confesos, no sólo de que hay mucha moralidad en el inmigrado, sino que en caso de tener que buscar en otra parte semejante virtud, no debería perderse el tiempo en buscarla entre sus injustos detractores.

Por fortuna, ya concluyó aquel tiempo no lejano en que decanos de facultades universitarias ensayaban sus fuerzas contra la colonia gritando en plena sala y transmitiendo enseguida sus torpes alaridos al Gobierno: “ “Que los inmigrados eran todos francmasones, que el día de San Juan celebraban orgías en las iglesias , donde prostituían a todas las indias vestidas  a la europea”, y otra encarillada de atropellados disparates por el estilo.

Los juzgados de Valdivia y Llanquihue sólo tienen hasta ahora motivos de congratularse cuando se trata de la conducta del inmigrado; y yo, por mi parte, para no parecer prolijo, cito un solo ejemplo del religioso respeto que tributan todos a la propiedad ajena. En todos  los pueblos chicos y grandes de la república se pone reja de fierro en las ventanas que dan a la calle  cuando se requiere vivir en tranquilidad. En Puerto Montt y en las casas de sus predios rústicos, por apartadas  y solitarias que estén, la reja es un complemento innecesario.

A pesar  de ser las ventanas alemanas un conjunto de adornos de flores y de aquellas bonitas inutilidades que tanto halagan el corazón de la mujer, no se cuentan robos , pues basta el grueso de un delgado vidrio  para contenerlos.

Esto mismo prueba ya el influjo del contacto extranjero  con los nacionales hijos de las selvas y del desgreño, en cuyas costumbres tenía echadas tan hondas raíces el espíritu de ratería. La mayor parte de los vecinos de Puerto Montt son chilenos, como lo son también los jornaleros y los sirvientes que residen temporalmente en él. El influjo del ejemplo ha conseguido desterrar ya casi del todo este vicio de aquellas gentes.

Pocos, muy pocos, sin duda , los actuales inmigrados, para que podamos exigir de ellos mucho; sin embargo, estos pocos misioneros de la industria y del trabajo están operando con sólo su ejemplo y su contacto tal cambio en los hábitos y costumbres de los chilenos circunvecinos, que saltan a la vista de los más empecinados enemigos de la Colonia.

Descripción del hogar de  los  chilenos en el territorio de Llanquihue  .
¿Qué eran,  en efecto, los hijos del país en aquellos, para muchos, ignorados lugares, antes que el elemento extranjero comenzase a morigerar sus costumbres? El forzoso aislamiento en que vivían, repartidos en las cejas de los bosques de las solitarias caletas del seno de Reloncaví, ni siquiera les daba a sospechar las ventajas de la vida social. La abundancia de las substancias alimenticias, la carencia absoluta de estímulos y de aquellas necesidades cuya satisfacción constituye el bienestar del hombre en los lugares civilizados, les habían familiarizado con el ocio, con el vicio y con sus asquerosas consecuencias.

Espanto causaba el estado de abyección en que yacían sumidas  las pocas familias, casi perdidas en el aislamiento que existían en aquellos lugares antes que el bullicio y la actividad  del inmigrado llegasen a turbar la modorra que las consumía. Constaba, en general, la choza de cada familia de un solo rancho, hollinado y sucio, en cuyo centro, a ras  de suelo figuraba el hogar.

Cuando el acaso había hecho brotar algunas manzanas silvestres en las inmediaciones, entonces  al antiguo rancho, que, como se ve, era cocina, comedor y dormitorio al mismo tiempo, se agregaba otro, donde al lado de algunos barriles se veían maderos ahuecados para machacar la manzana y hacer chicha.

A espaldas de estas habitaciones se encontraba siempre un pequeño retazo de terreno en estado de cultivo, en el cual palos endurecidos al fuego  y manejados siempre por la mujer servían de azada y de reja para sembrar papas y habas, únicas legumbres que llamaban la atención entonces. Contado era el dueño que se dedicaba a  sembrar trigo.

En la puerta del rancho mirando a la marina, se observaban corralitos de piedra y rama, a medio sumergir, para que en las altas mareas  quedase cautivo en ellos el pescado que el ocaso conducía a esos lugares. Este alimento y los inagotables  bancos de toda clase de exquisitos mariscos que dejan a descubierto las aguas vivas eran, junto con las papas y las habas, la provista despensa que los sustentaba.

Curanto
Hasta el modo de preparar esos manjares era puramente indio, de los tiempos de la Conquista. En un agujero practicado en el suelo y lleno de piedras caldeadas, allí mismo por fuego se apilaban el marisco, el pescado, la carne (si la había), el queso, y  las papas y, sin más espera, tapado aquello con monstruosas hojas de pangue, lo acababan de cubrir con adobes de champas y tierra, para impedir  el escape de vapor .
Un cuarto de hora después se veía a toda la familia, con su  acompañamiento obligado de perros y cerdos, rodear aquel humeante cuerno de abundancia, en el cual cada uno por  su parte, metía la mano, soplándose los dedos  hasta saciarse.

Llegada la noche, padre, madre, hermanos, alojados, perros y cerdos, formaban un grupo compacto al amor del fuego del hogar y a raíz del suelo dormían hasta el día siguiente, en el que se repetían los actos del anterior.

Trabajo .
Para llenar las escasísimas necesidades  del vestido, mate y cigarro, y la muy  apremiante de la bebida, concurrían provistos de sus hachas a los bosques de la costa, y en ellos permanecían el tiempo estrictamente necesario para pagar una pequeña parte del compromiso  que habían contraído  con los tenderos de Calbuco, en cambio de las mercaderías  que éstos le participaban. No había, pues, un solo labrador de madera que no estuviese por mucho tiempo adeudado, ni comprador sin quebranto, ni grandes deudas por cobrar.

Consignemos, por último , el siguiente hecho: en aquellos lugares sólo se casaba por la Iglesia aquel que, ya cansado de estarlo de otro modo, quería legitimar a sus hijos. Bastaba que el novio dijese a los padres de su querida que él quería tenerla  por patrona y que ella declarase que aceptaba por patrón al pretendiente, para que en el acto se tuviesen por legítimos esposos. Este era el modo de ser y ésta la cultura del chilote en el seno de Reloncaví, cuya poca grata descripción acabo de hacer.

Integración de las costumbres del inmigrado en los chilenos .
¡Cuán distinto es su estado actual! Vencidas las  primeras  dificultades que la naturaleza opusiera al desarrollo del trabajo agrícola y fabril del emigrado, no tardó éste en presentar a los ojos atónitos del español chilote del sur y a los del huilliche indígena de Osorno las ventajas y comodidades de la vida social y los bienes que el trabajo podía esperar de un  suelo rico, que hasta entonces se había contentado con hollar sin conocer lo que pisaba.

Satisfactorio es repetirlo: el influjo del ejemplo producido y sigue produciendo en el ánimo de aquellos antiguos pobladores el favorable efecto que era de esperar, y la Colonia convertida en un centro de atracción ha ido absorbiendo y aglomerando centenares de familias que no sólo se placen ya en la vida más comunicativa, sino que tiran  a imitar en cuanto pueden a sus huéspedes , después de haber estado algún tiempo a su servicio.

Recién se fundó la colonia; eran contados los hijos del país que por allí se veían, y para los primeros trabajos de instalación fue preciso enviar embarcaciones por todos lados, y estas apenas conseguían , con un peso diario de remuneración, atraer algunos pocos trabajadores a Puerto Montt. Dos años después, el número de chilenos en el territorio de colonización alemana alcanzó a 3.520 y diez años más tarde, a 6.464. Esto arrojan los censos oficiales, más el censo privado y en extremo prolijo hecho practicar  por el Intendente Ríos da en la misma época por resultado 11.242 habitantes .

Como quiera que sea, pocos o muchos, se puede asegurar que dado el caso de que la Colonia desapareciese del lugar donde está, los chilenos vecinos de ella no podrían vivir sin el ejercicio de los hábitos ya contraídos, ni mucho menos volver a su primitivo aislamiento………”  (Vicente Pérez Rosales, Recuerdos del Pasado)

Fuente: Sanhueza, Gerardo : “Historia y Geografía de Chile. Tomo 3. Preuniversitario Apuntes. Publicaciones Lo Castillo, Santiago de Chile 1987, pp 71-76.

Nota de la Redacción: El título y subtítulos son nuestros

No hay comentarios:

Publicar un comentario