LA ERUPCIÓN
DEL VOLCÁN CALBUCO EN OCTUBRE DE 1893
.
De informes del señor José Luis Vergara
Correa, Intendente de la Provincia; del Doctor Carlos Ed. Martín, médico de las colonias, y de don Óscar de Fischer,
Ingeniero dibujante de la Comisión de Límites.
“El 5 de octubre de 1893, al anochecer cayeron
piedras calientes en las chacras al norte del Calbuco, volcán que se encontraba
en plena actividad desde hace ocho meses.
“El 11
de octubre, a las 4 de la tarde, viajamos desde Puerto Montt para inspeccionar
los daños hechos por la erupción del volcán Calbuco, con dirección a Puerto
Varas. A las 6 de la mañana del 12 estaba lista toda la comitiva para embarcarse,
operación que se llevó a cabo después de un ligero desayuno, y cuando ya
nuestros caballos ocupaban el lugar correspondiente a bordo del vaporcito
“Clara”, pequeña embarcación que hace el servicio del lago Llanquihue.
“Poco
después de las 7, con un día
desgraciadamente muy nublado , pero, sin viento, se levó el ancla, y a
las 8 de la mañana el “Clara” tomó el mayor andar que su máquina le permitía y
a las 10 y media fondeábamos en La Ensenada.
Elegido
de antemano, es este el punto en que el lago se interna más entre la cordillera
por el este, quedando nosotros al norte del volcán y en la parte más próxima
para observarlo todo hasta donde fuera posible. Esta parte queda situada entre los dos volcanes: el Osorno y el
Calbuco.
Una
nube espesa cubría las cumbres de los mencionados volcanes y hasta de las
pequeñas cordilleras que separan al Calbuco, en ninguna parte alcanza a la
playa. El Calbuco al oeste está rodeado por un vasto pantano, así que Puerto
Montt y el camino que conduce a Puerto Varas, es decir, toda la región poblada
y cultivada está bastante alejada de sus devastaciones. Probablemente nunca el
pie de algún hombre ha subido sus faldas por este lado.
“ En el norte pequeñas cordilleras se ponen
entre el volcán y el lago Llanquihue; en el este un llano, por ahora cubierto
con bosque, faldea el pie del coloso humeante;
y en el sur, varias cordilleras apenas conocidas, lagos y pantanos desconocidos
ocultan este lado del volcán Calbuco. Además de aquella neblina alta, otra
circunstancia nos impidió conocer lugares algo lejanos.
“Durante la navegación pasamos muy cerca de la cordillera llamada
Pichi Juan, que cae al lago formando una pared casi perpendicular que se ha
denominado “Los Riscos”. Al otro lado de esta muralla comienza el llano boscoso
que rodea el volcán de sus lados noreste y oeste. Es este el bosque por el cual
hasta ahora unos pocos exploradores , principalmente el señor Downton hace
veinte años, han subido hasta el cráter del volcán cuando este todavía no daba
señales de cierta actividad.
“Este bosque antes había apreciado por su
verdor tupido y lozano. Numerosas chacras y algunos potreros grandes habían
sido trabajados y poblados con animales
vacunos. Pero ¡ay! ¡ qué espectáculo tan desalentador presentaba ahora este
bosque a nuestra vista! Desde el vapor todo el paisaje se presentaba de un
color de plomo sucio , un poco amarillento o pardo. El suelo estaba cubierto de
una alfombra espesa descolorida.
“Luego vimos algunas casitas también
cubiertas por el mismo manto de ceniza uniforme. Cuando algunos de nuestros
compañeros se fueron a desembarcar, cada uno de sus pasos levantaba una nube de
polvo.
“Bajamos del vapor en la playa de don Gustavo
Schminke. Desde aquí seguimos la marcha por tierra, pudiendo cerciorarnos antes
de desembarcar que todo, suelo , árboles, palos y yerbas , está cubierto de una
gruesa capa de arena y ceniza volcánica, que ha inutilizado por completo el
campo cultivado de los colonos. El color plomizo desteñido de este sudario y el
silencio que ahora reina allí dan a la montaña, tan alegre y lozana poco antes,
un aspecto verdaderamente triste y aterrador. Gruesos ganchos de árboles
inclinan su frente hacia la tierra, agobiados por el enorme peso de la arena
que cubre su espeso follaje.
“Cercos, casas, los ranchos de los
inquilinos, todo estaba sepultado bajo el polvo volcánico. Cuando este
polvo había sido levantado por el agua
de unos pequeños ríos que desembocan al lago, se había convertido en suelo
firme y hasta duro.
“Guiados por cinco hombres, dos de ellos a
caballo, nos internamos en el bosque, que comienza en la misma orilla del lago.
Por un camino muy poco transitable, envueltos en el polvo de arena y ceniza que de todas partes
nos caía y venciendo no pocas dificultades, conseguimos llegar hasta un punto
en la que la montaña ardía por varias partes, lo que nos obligó a dejar
nuestros caballos como cien metros más atrás.
“Continuamos avanzando a pie saltando por
sobre enormes árboles que el calor de la arena había derribado y que nos
protegían de la elevada temperatura del suelo. A 10 centímetros de profundidad el barómetro dio 60º
centígrados de calor . A 15 cm., 75º. Al hacer este examen pudimos descubrir
unas piedras calientes, las cuales al
quebrarlas parecían compuestas de lava. Eran de diferente volumen, unas del
tamaño de un huevo, otras del de una cabeza, otras de treinta y hasta cuarenta
centímetros de diámetro.
“Las llamas, el vapor caliente que se
desprendía de todas partes, las ramas que caían sobre nosotros, el estruendo de
enormes y gigantescos árboles que se tronchaban a nivel del suelo y a pocos
pasos de donde estábamos todo esto nos hizo abandonar aquel recinto con la
presteza que el sendero nos permitía, bien seguros que huíamos de un verdadero
y serio peligro.
“Bastante alejados ya, el ruido atronador que
llegaba a nuestros oídos, y que se propagaba a pesar de la espesura de la
montaña, nos anunciaba que los gigantes de aquella selva corrían la misma
suerte que aquellos que momentos antes nos sirvieron de piso. Sólo cuando
estuvimos convencidos que ningún peligro nos amenazaba ya por este lado, nos
confesamos el miedo que cada uno había sentido allí, si bien es justo decirlo,
nadie lo manifestó.
“ Los vecinos que nos acompañaron en esta
expedición referían que en la noche del 5 al 6 de octubre, se oyeron ruidos
atronadores que partían del volcán, y que habían experimentado una lluvia de
arena, ceniza y piedras calientes.
“Las piedras quemaban los objetos sobre los
que caían. En el techo de las casas de los colonos que estaban en la playa del
lago, tales proyectiles era hasta del tamaño de un huevo. Estaban muy calientes
e incendiaron el bosque; cuentan que por la luz de estos incendios y de las
piedras mismas, la noche quedaba tan clara que por momentos se podía leer un
libro.
“Que la luz producida por el fenómeno era tan
viva a tres y cuatro leguas de distancia, la que no duró más de media hora.
Pero esta lluvia de piedras no duró mucho tiempo, después no caía sino ceniza
volcánica mezclada con vapor húmedo o sea llovizna.
“Poseídos todavía de natural terror, que
difícilmente olvidarán "creíamos que era el fin del mundo, señor”, nos decían.
“Mientras observábamos el suelo y
conversábamos sobre estos fenómenos, caía casi entre nosotros una rama de diez
centímetros de grueso, con hojas verdes, aplastado por la ceniza que cubría sus
ganchos y hojas
“Pronto después a alguna distancia se
desplomó un palo gigantesco produciendo un estruendo terrible que resonaba por
un rato entre los árboles. Luego las nubes de humo y vapor y los arbustos en
fuego ahogaban el eco de aquella caída.
“La marcha se dirigió entonces a visitar las
partes de la montaña, devastada por las corrientes de arena, ceniza, barro y
agua hirviendo que vomitó el Calbuco en al erupción del 5.
“Volvimos a la playa para internarnos de
nuevo en el bosque un poco más al este. El camino se mostraba casi
intransitable por la multitud de enormes palos caídos, de gruesas ramas verdes,
de muchos arbolitos encorvados por la masa de la ceniza. Más de una hora
necesitamos para adelantar un kilómetro más o menos. Para conseguir nuestro
objetivo tuvimos que atravesar por medio de una selva virgen, sin más sendero
que el que nuestros guías a caballo nos abrían “con machete en manos".
“La marcha se hizo lentamente , y fue pesada
y fatigosa para hombres y caballos, dejándonos caer muchas veces por barrancos,
otras saltando sobre enormes trozos de árboles caídos; agachándonos aquí para
pasar por debajo de enormes ganchos inclinados, quitando el cuerpo allá para no
chocar con ganchos, palos y ramas, que a
cada momento nos azotaban la cara sin piedad , y cubiertos y envueltos siempre
en el polvo de la arena y ceniza que nos sofocaba y aún desesperaba jadeantes (
y sudantes por más de una ocasión), y por el continuo esfuerzo para mantener el
equilibrio sobre sobre nuestras monturas.
“Llegamos por fin al punto que deseábamos
después de tres horas de una marcha verdaderamente abrumadora. A pesar de que
nuestros guías eran muy conocedores, como vecinos inmediatos de aquella región,
nos extraviaron, sin embargo, y quien sabe dónde hubiéramos ido a parar si no
es que con ese instinto admirable, ese olfato, por decirlo así, del montañez,
se percataron pronto de su error, y pusimos la proa, bastante maltratada ya, en
dirección conveniente, y muy pronto llegamos al punto que ya he
mencionado.
“Por fin nos encontramos compensados por una
vista de las más extraordinarias y sorprendentes. La montaña termina
bruscamente en esta parte. Habíamos
alcanzado una de las grandes y magníficas “cañadas” que la erupción del volcán
había ya formado el 19 de abril, en que bajó desde la cumbre en dirección este
una avalancha de barro caliente, la cual ha formado lo que ahora se llama “la
gran cañada”.
“Cortó los árboles más grandes, llevó rocas y
dio otra dirección a algunos ríos. En esta parte da lugar a “cañadas” de dos,
tres y más cuadras de ancho por leguas de extensión y con un piso ya
solidificado, más suave que el de la Alameda de las Delicias en Santiago.
“Las erupciones del volcán Calbuco han
arreglado el suelo de este modo, llenando los barrancos y quebradas , y arrasando
una gran parte de la montaña con su masa compuesta de arena, ceniza, barro y
agua hirviendo, y destruyendo cuanto se oponía a su paso. No quedan ni
vestigios de los corpulentos y colosales árboles que allí hubo, ni señal alguna
de la exuberante vegetación. Todo ha desaparecido a impulso de la masa
volcánica, cuyo volumen e impetuosidad no es dable imaginar.
“Vimos piedras de más de dos metros de largo,
arrastradas seguramente del volcán o arrojadas por el mismo y que la caprichosa
corriente dejó metidas entre dos corpulentos árboles, a más de tres metros del
nivel del suelo. Sin duda estas “cañadas” comienzan en alturas considerables y
se extienden hacia abajo cerca del río Petrohué, el cual corre al este de aquel
llano pantanoso.
“Por una de estas alamedas , porque son
varias, pretendimos avanzar hasta su origen, punto donde se divisaba un vasto
campo de humo y llamas. Pronto, sin embargo, tuvimos que renunciar a nuestro
propósito, porque el calor ambiente y la elevada temperatura del suelo, nos
obligaron a retroceder más de prisa, asombrados de los increíbles efectos de
las erupciones del Calbuco. Parece que el ángel exterminador hubiera pasado por allí sembrando la
desolación y la muerte.
“Como eran más de las cuatro de la tarde,
resolvimos bajar. Silenciosamente, como si volviéramos de un cementerio dejando
un deudo querido, tocamos retirada a galope tendido, alcanzamos el llano que
separa los dos volcanes Osorno y Calbuco y los lagos Llanquihue y Todos Los
Santos. La primera parte del llano está cubierta por la misma arena volcánica que habíamos encontrado en la
playa del lago en la bahía llamada “Ensenada”.
“Más al norte, ya no era tan gruesa la capa y
al fin el ñadi o pantano que cruza el camino se mostraba tan lleno de agua como
siempre, sin que la capa de arena caída
hubiese alterado su fondo. Habíamos salido de la región sepultada en
aquella arena volcánica; pero luego volvimos encontrar la arena o ceniza al
llegar a la playa del lago Llanquihue.
“Por fin, después de una navegación de tres
horas, llegamos sin novedad a Puerto Varas a las nueve de la noche, punto donde
alojamos, para trasladarnos al día siguiente, muy de madrugada a Puerto Montt,
nuestro primitivo punto de partida. Llegamos efectivamente son contratiempo,
con una lluvia de dos horas que tuvimos que soportar en el trayecto.
“Las erupciones se han repetido varias veces,
y el 23 de este mismo mes, a la una de la tarde hubo otra gran erupción.
Pudimos admirar desde aquí una columna de humo, arena, seguramente piedra, tan
colosal, imponente y grandiosa que excede a toda ponderación y a toda
descripción. Medida por los señores Óscar de Fischer, ingeniero de la Comisión
de Límites, y Jermán Oelckers, ingeniero, también, la columna volcánica dio una
elevación de once mi quinientos metros aproximadamente. A esa altura no tenía ya la suficiente fuerza para vencer la
resistencia del recio viento sur que soplaba, y que se dobló hacia el norte.
Renovada y aumentada sin cesar, siguió
en este sentido hasta perderse de vista, yendo a oscurecer a Octay, puerto
situado al norte del lago Llanquihue, y que oscureció por completo,hasta el
punto que las gallinas se recogieron a sus gallineros y en todas partes fue
necesario emplear luz artificial desde las ocho de la mañana.
“Las arenas han llegado a Osorno y hasta
Valdivia. En Osorno cae en tanto polvo que se tiene que andar en la calle con
paraguas. En Valdivia hemos tenido días despejados, pero oscurecidos por una
sábana de arena. Hasta en Temuco cae polvo. Al día siguiente, nueva erupción
fuerte. En Puerto Varas en la mañana se sintió ruido fuerte en dirección al
Calbuco”.
Puerto Montt, 25 de octubre de 1893.
“En
oficios números 465 y 3.375 intercambiados entre el señor Intendente de Puerto
Montt y el Ministro de Colonización, de 14 y 20 de octubre de 1893, se expresa
entre otros: "que los habitantes cercanos al volcán han abandonado sus
hijuelas, escapando con riesgo de sus vidas y han perdido sus siembras y
animales. Los que han logrado salvar éstos, lo transportan al departamento de
Osorno o a otra parte.
“De
parte del Ministerio respectivo se informó, entre otros lo que sigue: “Como las
disposiciones vigentes sobre colonización ofrecen algunas dudas , debido a su
vaguedad y a las contradicciones que en ellas se notan, este Departamento sólo
puede en vista de las circunstancias extraordinarias que motivaron la solicitud
de los aludidos colonos, autorizar a US. para que les haga concesiones provisorias en otros
terrenos pertenecientes al Estado. Así lo manifestó a US. el infrascrito en
telegrama que le dirigió con fecha 14 del presente”.
Extracto
de una relación redactada por el señor Óscar de Fischer, ingeniero dibujante de
la Comisión de Límites.
“El 25 de octubre a las 9.30 A.M. salí de
Puerto Montt en dirección a Puerto Varas, acompañado del secretario de la
Intendencia señor Julio Guerrero V., don Auguisto Bückle, excelente talador y
propietario de considerables terrenos en esta región y don Carlos Velker, joven
comerciante de Puerto Montt Llevamos víveres para tres días, el aparato
fotográfico, una brújula y un reloj de precisión Waltam.
“Llegamos a Puerto Varas a las 11.50 A.M y
encontramos el vaporcito del señor Schulz que nos esperaba. Después de almuerzo
zarpamos a las 2.20 P.M. con rumbo a la “Ensenada”del Volcán” que se encuentra en al extremidad S.E. del
lago Llanquihue .
“El tiempo había ya aclarado como suele ser
en esta época del año con viento sur; pero en el horizonte del este, estaba
escondida una neblina blanca de mucho espesor, era polvo y ceniza arrojadas por
las recientes erupciones del volcán, formando así una atmósfera espesa.
Anduvimos unas cinco millas por hora costeando la orilla meridional del lago,
que está ocupada por numerosas chacras
bien cultivadas. El aspecto risueño del paisaje, por causa de los potreros
verdes de las chacras, entre los bosques y las numerosas casitas de los colonos ,cambiaba
paulatinamente a causa de las cenizas
que las iba cubriendo , formando un aspecto triste y desolador.
A las 4 el espesor de la atmósfera era tal,
que la vista no pintaba una distancia de cuatro kilómetros. A las 4.30 pasamos
el cerro Pichi Juan, y según nos dijo el capitán del vaporcito, desde aquí
estaban ya abandonadas todas las chacras de los colonos. A las 5.30 fondeábamos
en la “Ensenada del Volcán “ enfrente de una chacra perteneciente a don Gustavo
Schminke, cuya casa había sido inundada
por una gran avenida del estero de la Poza.
“Bajamos a tierra, y aunque estábamos
preparados a una visita tristísima, no
se puede describir la impresión de
profunda melancolía que nos causó el paisaje. Atraídos por el sonido del pito
del vapor, concurrieron sólo tres jinetes que salieron del bosque en dirección este y tomaron la playa en
dirección a nuestro fondeadero. Eran hijos del señor José Bittner, dueño de
grandes propiedades situadas a orillas del río Petrohué. Dichos
jóvenes se encontraban hacía ya
algunos días recogiendo el ganado de su padre. Su aspecto era el de un verdadero molinero en oficio. Estaban en viaje
para su casa, pero el mayor de los
hermanos , don Carlos, resolvió quedarse con nosotros y servirnos de guía”.
"Nos despedimos de nuestros amigos de Puerto
Varas que nos habían acompañado hasta aquí, e inmediatamente fuimos a buscar
alojamiento para la noche. La casa de Schminke estaba llena casi un metro de
barro del estero de la Poza, por este
motivo no se podía aprovechar, pero encontramos otra casa desocupada en una
distancia de 4 a 5 cuadras hacia el este. Esta estaba en perfecto buen estado y
pudimos en ella pasar la noche.
“A las 5.30 A.M. salimos del campamento para
entrar en la región de la ceniza. Un cuarto de hora de galope por la playa nos
trajo al punto por donde entra el camino
en el monte y enseguida en el Ñadi, que se extiende al sur del volcán Osorno, y
a las 6:40 llegamos a la orilla del río Petrohué.
“ A las 7.10 llegamos al sitio que ocupaba
antes la casa del vaquero de don Juan
Rosa, para llegar ahí pasamos los dos ríos que ahora corren paralelos por un
terreno cubierto y arenoso en el punto donde el Hueño-Hueño hace un año echaba las aguas al Petrohué por una caja angosta
entre escarpados barrancos e interminables bosques vírgenes.
“Después de un pequeño descanso seguimos
viaje en dirección al volcán Calbuco por el lecho del río Blanco ( afluente del
Hueño –Hueño), el que se encuentra ahora completamente seco.
“ A medida que avanzábamos en dirección al
volcán notábamos en el piso un sinnúmero de piedrecitas de más o menos un
centímetro de diámetro, evidentemente arrojadas por éste en su última erupción. Aquí
el piso comenzaba a hacerse traicionero: el caballo del señor Bittner, que nos
servía de guía, se enterraba hasta las rodillas a cada instante y nos veíamos
obligados a para encontrar paso.
“De
esta manera pudimos avanzar hasta una distancia de 3 kilómetros más o menos del
pie del volcán , siendo imposible seguir a caballo, resolvimos desmontarnos y
seguir viaje a pie .
“La temperatura del suelo estaba tan alta que
no se podía medir por el termómetro que sólo marca 60 centígrados. Pudimos recorrer a los sumo dos cuadras, viéndonos
obligados a volver por el mucho calor del suelo.
“A las 10.15 P.M. regresamos con destino a
Puerto Varas; orillamos la laguna hasta alcanzar el punto donde el camino pasa
por las faldas del contrafuerte del Pichi Juan. El tiempo, que ahora era
magnífico, nos dejó ver con mucha claridad el lago en toda su extensión hacia
el norte.
“El volcán Osorno, que ahora nos mostraba
todas sus faldas occidentales, se presentó de color completamente oscuro. Sin
embargo, era fácil de constatar que las nieves que cubren su cumbre no se
habían derretido sino que estaban cubiertas de una gruesa capa de ceniza. La
parte del camino mencionado, llamado por los vecinos “El Risco”, era sumamente penoso y más
sufrimos por las constantes lluvias de ceniza que se desprendían de las capas de
los altos árboles que forman el monte en esta parte.
“Nos demoramos hasta las cinco para salir del
Risco y otra hora más para alcanzar a lugares
habitados. Desde aquí avanzábamos
más ligero; pero, sin embargo eran las 12.30 A.M . del 27 cuando llegábamos al hotel de Puerto Varas rendidos de
cansancio, medios muertos de sed e inconocibles por la capa de polvo plomo que
cubría nuestras personas. Habíamos estado a caballo durante 19 horas con unas cortas interrupciones para comer, y recorrido
en un día una distancia de más de 80 kilómetros. Sin embargo, una noche de
descanso en las buenas camas del hotel nos reponía lo bastante para seguir de
viaje a las 8.15 A.M. Llegamos a Puerto Montt a las 11. A.M. del día 27”.
---------
El 29 de noviembre , a las 8 A.M., se
sintieron fuertes detonaciones atmosféricas e inmediatamente se vio una
columna de cenizas en el Calbuco mayor
en gigantescas proporciones a las vistas hasta hoy en las diversas erupciones.
Estas cenizas traídas por el viento sobre este puerto, ha producido desde
las 9 A.M. hasta las 12.30 una oscuridad
absoluta a punto de tener que encender los faroles del alumbrado público y aún con esta luz se hacía muy difícil el
tráfico por su oscuridad. A esta hora, 12.30, comenzó a aclarar, permitiendo la
luz hacer los servicios sin necesidad de lámparas.
“En este momento me avisan por telégrafo de Puerto Varas que
están completamente a oscuras hora aquí.- J.L.Vergara, Intendente.- Al Señor
Ministro del Interior2.
Compilado por Enrique Kinzel K.
Fuente:
Horn, Bernardo; Kinzel ,Enrique: “Puerto Varas, 131 años de Historia,
1852-1983”.Imprenta Horn, Puerto Varas,1983, pp 370-379
No hay comentarios:
Publicar un comentario