domingo, 3 de mayo de 2015

TESTIMONIOS DE LA ERUPCIÓN DEL VOLCÁN CALBUCO EN OCTUBRE DE 1893 .



LA ERUPCIÓN DEL VOLCÁN CALBUCO  EN OCTUBRE DE 1893  .
De informes del señor José Luis Vergara Correa, Intendente de la Provincia; del Doctor Carlos Ed. Martín, médico  de las colonias, y de don Óscar de Fischer, Ingeniero dibujante de la Comisión de Límites.
 “El 5 de octubre de 1893, al anochecer cayeron piedras calientes en las chacras al norte del Calbuco, volcán que se encontraba en plena actividad desde hace ocho meses.

“El 11 de octubre, a las 4 de la tarde, viajamos desde Puerto Montt para inspeccionar los daños hechos por la erupción del volcán Calbuco, con dirección a Puerto Varas. A las 6 de la mañana del 12 estaba lista toda la comitiva para embarcarse, operación que se llevó a cabo después de un ligero desayuno, y cuando ya nuestros caballos ocupaban el lugar correspondiente a bordo del vaporcito “Clara”, pequeña embarcación que hace el servicio del lago Llanquihue.
“Poco después de las 7, con un día  desgraciadamente muy nublado , pero, sin viento, se levó el ancla, y a las 8 de la mañana el “Clara” tomó el mayor andar que su máquina le permitía y a las 10 y media fondeábamos en La Ensenada.
Elegido de antemano, es este el punto en que el lago se interna más entre la cordillera por el este, quedando nosotros al norte del volcán y en la parte más próxima para observarlo todo hasta donde fuera posible. Esta parte queda situada  entre los dos volcanes: el Osorno y el Calbuco.
Una nube espesa cubría las cumbres de los mencionados volcanes y hasta de las pequeñas cordilleras que separan al Calbuco, en ninguna parte alcanza a la playa. El Calbuco al oeste está rodeado por un vasto pantano, así que Puerto Montt y el camino que conduce a Puerto Varas, es decir, toda la región poblada y cultivada está bastante alejada de sus devastaciones. Probablemente nunca el pie de algún hombre ha subido sus faldas por este lado.
“ En el norte pequeñas cordilleras se ponen entre el volcán y el lago Llanquihue; en el este un llano, por ahora cubierto con  bosque, faldea el pie del coloso humeante; y en el sur, varias cordilleras apenas conocidas, lagos y pantanos desconocidos ocultan este lado del volcán Calbuco. Además de aquella neblina alta, otra circunstancia nos impidió conocer lugares algo lejanos.
“Durante la navegación  pasamos muy cerca de la cordillera llamada Pichi Juan, que cae al lago formando una pared casi perpendicular que se ha denominado “Los Riscos”. Al otro lado de esta muralla comienza el llano boscoso que rodea el volcán de sus lados noreste y oeste. Es este el bosque por el cual hasta ahora unos pocos exploradores , principalmente el señor Downton hace veinte años, han subido hasta el cráter del volcán cuando este todavía no daba señales de  cierta actividad.
“Este bosque antes había apreciado por su verdor tupido y lozano. Numerosas chacras y algunos potreros grandes habían sido trabajados y poblados con  animales vacunos. Pero ¡ay! ¡ qué espectáculo tan desalentador presentaba ahora este bosque a nuestra vista! Desde el vapor todo el paisaje se presentaba de un color de plomo sucio , un poco amarillento o pardo. El suelo estaba cubierto de una alfombra espesa descolorida.
“Luego vimos algunas casitas también cubiertas por el mismo manto de ceniza uniforme. Cuando algunos de nuestros compañeros se fueron a desembarcar, cada uno de sus pasos levantaba una nube de polvo.
“Bajamos del vapor en la playa de don Gustavo Schminke. Desde aquí seguimos la marcha por tierra, pudiendo cerciorarnos antes de desembarcar que todo, suelo , árboles, palos y yerbas , está cubierto de una gruesa capa de arena y ceniza volcánica, que ha inutilizado por completo el campo cultivado de los colonos. El color plomizo desteñido de este sudario y el silencio que ahora reina allí dan a la montaña, tan alegre y lozana poco antes, un aspecto verdaderamente triste y aterrador. Gruesos ganchos de árboles inclinan su frente hacia la tierra, agobiados por el enorme peso de la arena que cubre su espeso follaje.
“Cercos, casas, los ranchos de los inquilinos, todo estaba sepultado bajo el polvo volcánico. Cuando este polvo  había sido levantado por el agua de unos pequeños ríos que desembocan al lago, se había convertido en suelo firme y hasta duro.
“Guiados por cinco hombres, dos de ellos a caballo, nos internamos en el bosque, que comienza en la misma orilla del lago. Por un camino muy poco transitable, envueltos en el  polvo de arena y ceniza que de todas partes nos caía y venciendo no pocas dificultades, conseguimos llegar hasta un punto en la que la montaña ardía por varias partes, lo que nos obligó a dejar nuestros caballos como cien metros más atrás.
“Continuamos avanzando a pie saltando por sobre enormes árboles que el calor de la arena había derribado y que nos protegían de la elevada temperatura del suelo. A 10 centímetros  de profundidad el barómetro dio 60º centígrados de calor . A 15 cm., 75º. Al hacer este examen pudimos descubrir unas  piedras calientes, las cuales al quebrarlas parecían compuestas de lava. Eran de diferente volumen, unas del tamaño de un huevo, otras del de una cabeza, otras de treinta y hasta  cuarenta  centímetros de diámetro.
“Las llamas, el vapor caliente que se desprendía de todas partes, las ramas que caían sobre nosotros, el estruendo de enormes y gigantescos árboles que se tronchaban a nivel del suelo y a pocos pasos de donde estábamos todo esto nos hizo abandonar aquel recinto con la presteza que el sendero nos permitía, bien seguros que huíamos de un verdadero y serio peligro.
“Bastante alejados ya, el ruido atronador que llegaba a nuestros oídos, y que se propagaba a pesar de la espesura de la montaña, nos anunciaba que los gigantes de aquella selva corrían la misma suerte que aquellos que momentos antes nos sirvieron de piso. Sólo cuando estuvimos convencidos que ningún peligro nos amenazaba ya por este lado, nos confesamos el miedo que cada uno había sentido allí, si bien es justo decirlo, nadie lo manifestó.
“ Los vecinos que nos acompañaron en esta expedición referían que en la noche del 5 al 6 de octubre, se oyeron ruidos atronadores que partían del volcán, y que habían experimentado una lluvia de arena, ceniza y piedras calientes.
“Las piedras quemaban los objetos sobre los que caían. En el techo de las casas de los colonos que estaban en la playa del lago, tales proyectiles era hasta del tamaño de un huevo. Estaban muy calientes e incendiaron el bosque; cuentan que por la luz de estos incendios y de las piedras mismas, la noche quedaba tan clara que por momentos se podía leer un libro.
“Que la luz producida por el fenómeno era tan viva a tres y cuatro leguas de distancia, la que no duró más de media hora. Pero esta lluvia de piedras no duró mucho tiempo, después no caía sino ceniza volcánica mezclada con vapor húmedo o sea llovizna.
“Poseídos todavía de natural terror, que difícilmente olvidarán "creíamos que era el fin del mundo, señor”, nos decían.
“Mientras observábamos el suelo y conversábamos sobre estos fenómenos, caía casi entre nosotros una rama de diez centímetros de grueso, con hojas verdes, aplastado por la ceniza que cubría sus ganchos y hojas
“Pronto después a alguna distancia se desplomó un palo gigantesco produciendo un estruendo terrible que resonaba por un rato entre los árboles. Luego las nubes de humo y vapor y los arbustos en fuego ahogaban el eco de aquella caída.
“La marcha se dirigió entonces a visitar las partes de la montaña, devastada por las corrientes de arena, ceniza, barro y agua hirviendo que vomitó el Calbuco en al erupción del 5. 
“Volvimos a la playa para internarnos de nuevo en el bosque un poco más al este. El camino se mostraba casi intransitable por la multitud de enormes palos caídos, de gruesas ramas verdes, de muchos arbolitos encorvados por la masa de la ceniza. Más de una hora necesitamos para adelantar un kilómetro más o menos. Para conseguir nuestro objetivo tuvimos que atravesar por medio de una selva virgen, sin más sendero que el que nuestros guías a caballo nos abrían “con machete en manos".
“La marcha se hizo lentamente , y fue pesada y fatigosa para hombres y caballos, dejándonos caer muchas veces por barrancos, otras saltando sobre enormes trozos de árboles caídos; agachándonos aquí para pasar por debajo de enormes ganchos inclinados, quitando el cuerpo allá para no chocar  con ganchos, palos y ramas, que a cada momento nos azotaban la cara sin piedad , y cubiertos y envueltos siempre en el polvo de la arena y ceniza que nos sofocaba y aún desesperaba jadeantes ( y sudantes por más de una ocasión), y por el continuo esfuerzo para mantener el equilibrio sobre sobre nuestras monturas.
“Llegamos por fin al punto que deseábamos después de tres horas de una marcha verdaderamente abrumadora. A pesar de que nuestros guías eran muy conocedores, como vecinos inmediatos de aquella región, nos extraviaron, sin embargo, y quien sabe dónde hubiéramos ido a parar si no es que con ese instinto admirable, ese olfato, por decirlo así, del montañez, se percataron pronto de su error, y pusimos la proa, bastante maltratada ya, en dirección conveniente, y muy pronto llegamos al punto que ya he mencionado.  
“Por fin nos encontramos compensados por una vista de las más extraordinarias y sorprendentes. La montaña termina bruscamente  en esta parte. Habíamos alcanzado una de las grandes y magníficas “cañadas” que la erupción del volcán había ya formado el 19 de abril, en que bajó desde la cumbre en dirección este una avalancha de barro caliente, la cual ha formado lo que ahora se llama “la gran cañada”.
“Cortó los árboles más grandes, llevó rocas y dio otra dirección a algunos ríos. En esta parte da lugar a “cañadas” de dos, tres y más cuadras de ancho por leguas de extensión y con un piso ya solidificado, más suave que el de la Alameda de las Delicias en Santiago.
“Las erupciones del volcán Calbuco han arreglado el suelo de este modo, llenando los barrancos y quebradas , y arrasando una gran parte de la montaña con su masa compuesta de arena, ceniza, barro y agua hirviendo, y destruyendo cuanto se oponía a su paso. No quedan ni vestigios de los corpulentos y colosales árboles que allí hubo, ni señal alguna de la exuberante vegetación. Todo ha desaparecido a impulso de la masa volcánica, cuyo volumen e impetuosidad no es dable imaginar.
“Vimos piedras de más de dos metros de largo, arrastradas seguramente del volcán o arrojadas por el mismo y que la caprichosa corriente dejó metidas entre dos corpulentos árboles, a más de tres metros del nivel del suelo. Sin duda estas “cañadas” comienzan en alturas considerables y se extienden hacia abajo cerca del río Petrohué, el cual corre al este de aquel llano pantanoso.
“Por una de estas alamedas , porque son varias, pretendimos avanzar hasta su origen, punto donde se divisaba un vasto campo de humo y llamas. Pronto, sin embargo, tuvimos que renunciar a nuestro propósito, porque el calor ambiente y la elevada temperatura del suelo, nos obligaron a retroceder más de prisa, asombrados de los increíbles efectos de las erupciones del Calbuco. Parece que el ángel exterminador  hubiera pasado por allí sembrando la desolación y la muerte.
“Como eran más de las cuatro de la tarde, resolvimos bajar. Silenciosamente, como si volviéramos de un cementerio dejando un deudo querido, tocamos retirada a galope tendido, alcanzamos el llano que separa los dos volcanes Osorno y Calbuco y los lagos Llanquihue y Todos Los Santos. La primera parte del llano está cubierta por la misma  arena volcánica que habíamos encontrado en la playa del lago en la bahía llamada “Ensenada”.
“Más al norte, ya no era tan gruesa la capa y al fin el ñadi o pantano que cruza el camino se mostraba tan lleno de agua como siempre, sin que la capa de arena caída  hubiese alterado su fondo. Habíamos salido de la región sepultada en aquella arena volcánica; pero luego volvimos encontrar la arena o ceniza al llegar a la playa del lago Llanquihue.
“Por fin, después de una navegación de tres horas, llegamos sin novedad a Puerto Varas a las nueve de la noche, punto donde alojamos, para trasladarnos al día siguiente, muy de madrugada a Puerto Montt, nuestro primitivo punto de partida. Llegamos efectivamente son contratiempo, con una lluvia de dos horas que tuvimos que soportar en el trayecto.
“Las erupciones se han repetido varias veces, y el 23 de este mismo mes, a la una de la tarde hubo otra gran erupción. Pudimos admirar desde aquí una columna de humo, arena, seguramente piedra, tan colosal, imponente y grandiosa que excede a toda ponderación y a toda descripción. Medida por los señores Óscar de Fischer, ingeniero de la Comisión de Límites, y Jermán Oelckers, ingeniero, también, la columna volcánica dio una elevación de once mi quinientos metros aproximadamente.  A esa altura no tenía  ya la suficiente fuerza para vencer la resistencia del recio viento sur que soplaba, y que se dobló hacia el norte. Renovada  y aumentada sin cesar, siguió en este sentido hasta perderse de vista, yendo a oscurecer a Octay, puerto situado al norte del lago Llanquihue, y que oscureció por completo,hasta el punto que las gallinas se recogieron a sus gallineros y en todas partes fue necesario emplear luz artificial desde las ocho de la mañana.
“Las arenas han llegado a Osorno y hasta Valdivia. En Osorno cae en tanto polvo que se tiene que andar en la calle con paraguas. En Valdivia hemos tenido días despejados, pero oscurecidos por una sábana de arena. Hasta en Temuco cae polvo. Al día siguiente, nueva erupción fuerte. En Puerto Varas en la mañana se sintió ruido fuerte en dirección al Calbuco”.

Puerto Montt, 25 de octubre de 1893.

“En oficios números 465 y 3.375 intercambiados entre el señor Intendente de Puerto Montt y el Ministro de Colonización, de 14 y 20 de octubre de 1893, se expresa entre otros: "que los habitantes cercanos al volcán han abandonado sus hijuelas, escapando con riesgo de sus vidas y han perdido sus siembras y animales. Los que han logrado salvar éstos, lo transportan al departamento de Osorno o a otra parte.
“De parte del Ministerio respectivo se informó, entre otros lo que sigue: “Como las disposiciones vigentes sobre colonización ofrecen algunas dudas , debido a su vaguedad y a las contradicciones que en ellas se notan, este Departamento sólo puede en vista de las circunstancias extraordinarias que motivaron la solicitud de los aludidos colonos, autorizar a US. para que les  haga concesiones provisorias en otros terrenos pertenecientes al Estado. Así lo manifestó a US. el infrascrito en telegrama que le dirigió con fecha 14 del presente”.

Extracto de una relación redactada por el señor Óscar de Fischer, ingeniero dibujante de la Comisión de Límites.
“El 25 de octubre a las 9.30 A.M. salí de Puerto Montt en dirección a Puerto Varas, acompañado del secretario de la Intendencia señor Julio Guerrero V., don Auguisto Bückle, excelente talador y propietario de considerables terrenos en esta región y don Carlos Velker, joven comerciante de Puerto Montt Llevamos víveres para tres días, el aparato fotográfico, una brújula y un reloj de precisión Waltam.
“Llegamos a Puerto Varas a las 11.50 A.M y encontramos el vaporcito del señor Schulz que nos esperaba. Después de almuerzo zarpamos a las 2.20 P.M. con rumbo a la “Ensenada”del Volcán”  que se encuentra en al extremidad S.E. del lago Llanquihue .
“El tiempo había ya aclarado como suele ser en esta época del año con viento sur; pero en el horizonte del este, estaba escondida una neblina blanca de mucho espesor, era polvo y ceniza arrojadas por las recientes erupciones del volcán, formando así una atmósfera espesa. Anduvimos unas cinco millas por hora costeando la orilla meridional del lago, que está ocupada  por numerosas chacras bien cultivadas. El aspecto risueño del paisaje, por causa de los potreros verdes  de las chacras,  entre los bosques  y las numerosas casitas de los colonos ,cambiaba paulatinamente  a causa de las cenizas que las iba cubriendo , formando un aspecto triste y desolador.
A las 4 el espesor de la atmósfera era tal, que la vista no pintaba una distancia de cuatro kilómetros. A las 4.30 pasamos el cerro Pichi Juan, y según nos dijo el capitán del vaporcito, desde aquí estaban ya abandonadas todas las chacras de los colonos. A las 5.30 fondeábamos en la  “Ensenada del Volcán “ enfrente  de una chacra perteneciente a don Gustavo Schminke, cuya casa había sido inundada  por una gran avenida del estero de la Poza.
“Bajamos a tierra, y aunque estábamos preparados a una visita  tristísima, no se puede describir  la impresión de profunda melancolía que nos causó el paisaje. Atraídos por el sonido del pito del vapor, concurrieron sólo tres jinetes que salieron del bosque  en dirección este y tomaron la playa en dirección a nuestro fondeadero. Eran hijos del señor José Bittner, dueño de grandes propiedades situadas a orillas del río Petrohué.  Dichos  jóvenes se encontraban hacía  ya algunos días recogiendo el ganado de su padre. Su aspecto era el de un  verdadero molinero en oficio. Estaban en viaje para su casa, pero el mayor  de los hermanos , don Carlos, resolvió quedarse con nosotros y servirnos de guía”.
"Nos despedimos de nuestros amigos de Puerto Varas que nos habían acompañado hasta aquí, e inmediatamente fuimos a buscar alojamiento para la noche. La casa de Schminke estaba llena casi un metro de barro del estero  de la Poza, por este motivo no se podía aprovechar, pero encontramos otra casa desocupada en una distancia de 4 a 5 cuadras hacia el este. Esta estaba en perfecto buen estado y pudimos en ella pasar la noche.
“A las 5.30 A.M. salimos del campamento para entrar en la región de la ceniza. Un cuarto de hora de galope por la playa nos trajo al punto por donde  entra el camino en el monte y enseguida en el Ñadi, que se extiende al sur del volcán Osorno, y a las 6:40 llegamos a la orilla del río Petrohué.
“ A las 7.10 llegamos al sitio que ocupaba antes la casa del vaquero de  don Juan Rosa, para llegar ahí pasamos los dos ríos que ahora corren paralelos por un terreno cubierto y arenoso en el punto donde el Hueño-Hueño hace un año echaba  las aguas al Petrohué por una caja angosta entre escarpados barrancos e interminables bosques vírgenes.
“Después de un pequeño descanso seguimos viaje en dirección al volcán Calbuco por el lecho del río Blanco ( afluente del Hueño –Hueño), el que se encuentra ahora completamente seco.
“ A medida que avanzábamos en dirección al volcán notábamos en el piso un sinnúmero de piedrecitas de más o menos un centímetro de diámetro, evidentemente arrojadas por éste en su última erupción. Aquí el piso comenzaba a hacerse traicionero: el caballo del señor Bittner, que nos servía de guía, se enterraba hasta las rodillas a cada instante y nos veíamos obligados a para encontrar paso.
 “De esta manera pudimos avanzar hasta una distancia de 3 kilómetros más o menos del pie del volcán , siendo imposible seguir a caballo, resolvimos desmontarnos y seguir viaje a pie .
“La temperatura del suelo estaba tan alta que no se podía medir por el termómetro que sólo marca 60 centígrados. Pudimos  recorrer a los sumo dos cuadras, viéndonos obligados a volver por el mucho calor del suelo.
“A las 10.15 P.M. regresamos con destino a Puerto Varas; orillamos la laguna hasta alcanzar el punto donde el camino pasa por las faldas del contrafuerte del Pichi Juan. El tiempo, que ahora era magnífico, nos dejó ver con mucha claridad el lago en toda su extensión hacia el norte.
“El volcán Osorno, que ahora nos mostraba todas sus faldas occidentales, se presentó de color completamente oscuro. Sin embargo, era fácil de constatar que las nieves que cubren su cumbre no se habían derretido sino que estaban cubiertas de una gruesa capa de ceniza. La parte del camino mencionado, llamado por los vecinos  “El Risco”, era sumamente penoso y más sufrimos por las constantes lluvias de ceniza que se desprendían de las capas de los altos árboles que forman el monte en esta parte.
“Nos demoramos hasta las cinco para salir del Risco y otra hora más para alcanzar a lugares   habitados. Desde aquí  avanzábamos más ligero; pero, sin embargo eran las 12.30 A.M . del 27  cuando llegábamos  al hotel de Puerto Varas rendidos de cansancio, medios muertos de sed e inconocibles por la capa de polvo plomo que cubría nuestras personas. Habíamos estado a caballo durante  19 horas con unas  cortas interrupciones para comer, y recorrido en un día una distancia de más de 80 kilómetros. Sin embargo, una noche de descanso en las buenas camas del hotel nos reponía lo bastante para seguir de viaje a las 8.15 A.M. Llegamos a Puerto Montt a las 11. A.M. del día 27”.
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El 29 de noviembre , a las 8 A.M., se sintieron fuertes detonaciones atmosféricas e inmediatamente se vio una columna  de cenizas en el Calbuco mayor en gigantescas proporciones a las vistas hasta hoy en las diversas erupciones. Estas cenizas traídas por el viento sobre este puerto, ha producido desde las  9 A.M. hasta las 12.30 una oscuridad absoluta a punto de tener que encender los faroles del alumbrado público  y aún con esta luz se hacía muy difícil el tráfico por su oscuridad. A esta hora, 12.30, comenzó a aclarar, permitiendo la luz hacer los servicios sin necesidad de lámparas.
“En este momento  me avisan por telégrafo de Puerto Varas que están completamente a oscuras hora aquí.- J.L.Vergara, Intendente.- Al Señor Ministro del Interior2.
Compilado por Enrique Kinzel K.





Fuente:               Horn, Bernardo; Kinzel ,Enrique: “Puerto Varas, 131 años de Historia, 1852-1983”.Imprenta Horn, Puerto Varas,1983, pp 370-379

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